22.- Maravillosa se ha hecho tu ciencia en mí, se ha fortalecido y no podré con ella. Mientras tanto, Señor Jesús, me abrazaré a ti, como el niño se abraza con el niño, como el enfermo con el enfermo, como un hombre abraza a un hombre; y aún diré más, como un pobre se abraza a otro pobre, puesto que tú también fuiste pobre y te asentaste sobre una asna y sobre su pollino.
Así, pues, te he de abrazar, Señor, porque toda mi grandeza proviene de tu pequeñez, toda mi fortaleza de tu debilidad y toda mi ciencia de tu necedad.
Correré tras el olor de estos ungüentos. No te admires de que llame ungüentos a estas cosas que sanan al enfermo, robustecen al débil y alegran al triste; porque animado por su olor y rociado con su aspersión, estoy dispuesto a seguirte, Señor Jesús.
Te seguiré, Señor, aunque no llegue al monte de los aromas donde te encuentra tu esposa, ni al huerto en donde fue sembrada tu carne. Aquí, efectivamente, saltas de gozo, aquí duermes. Aquí, Señor, aquí duermes, aquí descansas, y aquí celebras el sábado de dulzura. Contigo sepultaste mi carne, para que yo, que vivo en carne, no viva en mí, sino en ti, que te entregaste a ti mismo por mí.
Escóndase contigo también, Señor, la mirra del pudor, para que no reine ya más el pecado sobre mi cuerpo mortal, ni haga como el jumento que se corrompe en su propio estiércol.
Así, pues, te he de abrazar, Señor, porque toda mi grandeza proviene de tu pequeñez, toda mi fortaleza de tu debilidad y toda mi ciencia de tu necedad.
Correré tras el olor de estos ungüentos. No te admires de que llame ungüentos a estas cosas que sanan al enfermo, robustecen al débil y alegran al triste; porque animado por su olor y rociado con su aspersión, estoy dispuesto a seguirte, Señor Jesús.
Te seguiré, Señor, aunque no llegue al monte de los aromas donde te encuentra tu esposa, ni al huerto en donde fue sembrada tu carne. Aquí, efectivamente, saltas de gozo, aquí duermes. Aquí, Señor, aquí duermes, aquí descansas, y aquí celebras el sábado de dulzura. Contigo sepultaste mi carne, para que yo, que vivo en carne, no viva en mí, sino en ti, que te entregaste a ti mismo por mí.
Escóndase contigo también, Señor, la mirra del pudor, para que no reine ya más el pecado sobre mi cuerpo mortal, ni haga como el jumento que se corrompe en su propio estiércol.
Elredo de Rieval
El Espejo de la Caridad
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