viernes, 22 de septiembre de 2017

Martirio de san Mauricio


Celebramos la memoria de san Mauricio. Fue un líder (primicerius) de la legión tebana masacrado en Agaunum alrededor del año 287, bajo las órdenes de Maximiano Herculio.

La leyenda relata que la legión, compuesta completamente por cristianos, había sido llamada de África para suprimir una revuelta de los Bagandæ en Galia. A los soldados se les ordenó hacer sacrificios de acción de gracias a los dioses, pero se negaron. Una décima parte fue asesinada. Otra orden de sacrificar y otra negativa causaron una segunda mortandad luego una masacre general.

A San Mauricio se le representa como un caballero en completa armadura, portando un estandarte y una palma; en pinturas italianas, con una cruz roja en el pecho, la cual es la insignia de la Orden de los Sardos de San Mauricio. Muchos lugares en Suiza, Piamonte, Francia y Alemania lo han elegido como su patrón celestial.

jueves, 21 de septiembre de 2017

San Cirilo de Alejandría. Los apóstoles predican al mundo la alegría

Cripta de san Mateo en Salerno

Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que 'ama el Señor. Si es verdad, como dice el Salvador, que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta, ¿podrá quizá dudarse de que haya gozo y se haga fiesta entre aquellos supremos espíritus cuando Cristo conduce a toda la tierra al conocimiento de la verdad cuando la llama a la conversión, la justifica mediante la fe y la hace resplandecer por medio de la santificación?

Mientras exultan los cielos por haber el Señor consolado a Israel, no sólo al Israel carnal, sino al llamado Israel espiritual, tocaron la trompeta los fundamentos de la tierra, es decir, los ministros de los evangélicos vaticinios, cuyo clarísimo sonido resonó por todas partes, expandiéndose cual sonidos de otras tantas trompetas sagradas, anunciando por doquier la gloria del Salvador, convocando al conocimiento de Cristo tanto a los que proceden de la circuncisión como a los que en algún tiempo pusieron el culto a la criatura sobre el culto al Señor.

¿Y por qué los llama fundamentos de la tierra? Porque Cristo es la base y el fundamento de todo, que todo lo aglutina y sostiene para que esté bien firme. En él, efectivamente, todos somos edificados como edificio espiritual, erigidos por el Espíritu Santo en templo santo, en morada suya; pues, por la fe, habita en nuestros corazones.

También pueden ser considerados como fundamentos más próximos y cercanos los apóstoles y los evangelistas, testigos oculares y ministros de la palabra, con la misión de confirmar la fe. Pues en el momento mismo en que hayamos reconocido la insoslayable necesidad de seguir sus tradiciones, conservaremos una fe recta, sin alteración ni desviación posible. En efecto, Cristo le dijo a Pedro: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Yo creo que, al llamarle «piedra», insinúa la inconmovible fe del discípulo.

También dice por boca del salmista: Él la ha cimentado sobre el monte santo. Con razón son comparados a los montes santos los apóstoles y evangelistas, cuyo conocimiento tiene la firmeza de un fundamento para la posteridad, sin peligro, para quienes se mantienen en su red, de desviarse de la verdadera fe.

Tocad, pues, la trompeta, vosotros los embajadores de Cristo. Porque a toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje. Admirables y conspicuos fueron los apóstoles, ilustres por sus obras y palabras, conocidísimos en todos los sitios y de todos. A ellos se dirige la palabra profética y les dice: Súbete a lo alto de un monte, heraldo de Jerusalén.

De aquí puede deducirse tanto la fuerza de la ley como la gran superioridad de la predicación evangélica comparada con la ley. Pues la ley, amenazando con penas a los transgresores e infligiendo inexorables castigos a quienes eran demostrados como tales, no proclamó la alegría, sino la tristeza. En cambio, los heraldos de los oráculos evangélicos y los dispensadores de los dones de Cristo, anuncian al mundo la alegría. En efecto, donde se da la remisión de los pecados, la justificación por la fe, la participación del Espíritu Santo, el esplendor de la adopción, el reino de los cielos y la no vana esperanza de unos bienes que el hombre es incapaz de imaginar, allí se da la alegría y el gozo perennes.

San Cirilo de Alejandría
Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Lib 4, 2: PG 70, 938-942)

martes, 19 de septiembre de 2017

Monasterios de Meteora


Los primeros monjes que habitaron Meteora (en idioma griego significa cada cuerpo que cae del cielo), en el siglo XI, eran ermitaños que vivían en las cuevas y que querían estar más cerca del Creador. Los primeros monasterios se fundaron en el siglo XIV, fueron construidos con el fin de escapar de los turcos y de los albaneses de la época. Atanasio, expulsado del Monte Athos, fundó el Gran Meteoro o Monasterio de la Transfiguración con varios de sus fieles. Está situado a 613 metros sobre el nivel del mar y esconde una iglesia de estilo bizantino que atesora las reliquias del fundador y unos valiosos frescos multicolores que relatan las persecuciones y martirios que sufrieron los cristianos. Fue seguido por otras comunidades, hasta un total de 24 en el momento del máximo apogeo en el siglo XV que ocuparon los peñascos de la región. Un gran número de los monasterios fueron destruidos o arruinados en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial por las tropas alemanas, porque la resistencia griega se refugió en ellos.

domingo, 17 de septiembre de 2017

San Agustín. Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores

Antonello da Mesina - Crucifixión

El Señor nos propuso esta parábola para nuestra instrucción y, al advertirnos, demostró no querer nuestra perdición. Lo mismo —dice-- hará con vosotros mi Padre del cielo si cada cual no perdona de corazón a su hermano.

Ya veis, hermanos, la cosa está clara y la advertencia es útil: le debemos prestar una obediencia saludable, de suerte que se cumpla lo mandado. Porque todo hombre está en deuda con Dios y es al mismo tiempo acreedor de su hermano. ¿Quién puede no considerarse deudor de Dios sino aquel en quien no puede hallarse pecado? Y ¿quién es el que no tiene a su hermano por acreedor sino aquel a quien nadie ha ofendido? ¿Crees que pueda darse en todo el género humano alguien que no esté personal-mente implicado en algún pecado contra su hermano? Por tanto, todo hombre es un deudor, que a su vez tiene acreedores. Por eso, Dios que es justo te ha dado para con tu deudor una regla, que él mismo observará contigo.

Dos son, en efecto, las obras de misericordia que nos liberan, y que el mismo Señor ha brevemente expuesto en el evangelio: Perdonad y seréis perdonados; dad y se os dará. La primera —perdonad y seréis perdonados— se refiere al perdón; la segunda —dad y se os dará—, en cambio, se refiere a la prestación de un servicio. Dos ejemplos. Referente al perdón: tú quieres ser perdonado cuando pecas y tienes a tu vez otro al que tú puedes perdonar. Referente a la prestación de un servicio: te pide un mendigo, y tú eres el mendigo de Dios. En efecto, cuando oramos, todos somos mendigos de Dios: estamos a la puerta de un gran propietario, más aún, nos postramos ante él, suplicamos entre sollozos deseando recibir algo, y ese algo es Dios.

¿Qué te pide el mendigo? Pan. Y tú, ¿qué es lo que pides a Dios, sino a Cristo, el cual dijo: Yo soy el pan vivo que ha baja-do del cielo? ¿Deseáis ser perdonados? Perdonad: Per-donad y seréis perdonados. ¿Queréis recibir? Dad y se os dará.

Si consideramos nuestros pecados y contabilizamos los cometidos por obra, de oídas, de pensamiento y mediante innumerables movimientos desordenados, me parece que nos acostaremos sin una blanca. Por eso, a diario pedimos, a diario llamamos importunando en la oración a Dios para que nos oiga, a diario nos postramos y decimos: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. ¿Qué deudas? ¿Todas o sólo algunas? Responderás: Todas. Pues haz tú lo mismo con tu acreedor. Tú mismo te fijas esta norma, tú mismo pones esta condición. A este pacto y a este compromiso te remites cuando oras y dices: Perdónanos, como nosotros perdonamos a nuestros deudores.

San Agustín de Hipona
Sermón 83 (2-4: PL 38, 515-516)

viernes, 15 de septiembre de 2017

Sermón de san Bernardo sobre los Dolores de la Virgen

Dieric Bouts - Mater Dolorosa

El martirio de la Virgen queda atestiguado por la profecía de Simeón y por la misma historia de la pasión del Señor. Éste –dice el santo anciano, refiriéndose al niño Jesús– está puesto como una bandera discutida; y a ti –añade, dirigiéndose a María– una espada te traspasará el alma.

En verdad, Madre santa, una espada traspasó tu alma. Por lo demás, esta espada no hubiera penetrado en la carne de tu Hijo sin atravesar tu alma. En efecto, después que aquel Jesús –que es de todos, pero que es tuyo de un modo especialísimo– hubo expirado, la cruel espada que abrió su costado, sin perdonarlo aun después de muerto, cuando ya no podía hacerle mal alguno, no llegó a tocar su alma, pero sí atravesó la tuya. Porque el alma de Jesús ya no estaba allí, en cambio la tuya no podía ser arrancada de aquel lugar. Por tanto, la punzada del dolor atravesó tu alma, y, por esto, con toda razón, te llamamos más que mártir, ya que tus sentimientos de compasión superaron las sensaciones del dolor corporal.

¿Por ventura no fueron peores que una espada aquellas palabras que atravesaron verdaderamente tu alma y penetraron hasta la separación del alma y del espíritu: Mujer, ahí tienes a tu hijo? ¡Vaya cambio! Se te entrega a Juan en sustitución de Jesús, al siervo en sustitución del Señor, al discípulo en lugar del Maestro, al hijo de Zebedeo en lugar del Hijo de Dios, a un simple hombre en sustitución del Dios verdadero. ¿Cómo no habían de atravesar tu alma, tan sensible, estas palabras, cuando aun nuestro pecho, duro como la piedra o el hierro, se parte con sólo recordarlas?

No os admiréis, hermanos, de que María sea llamada mártir en el alma. Que se admire el que no recuerde haber oído cómo Pablo pone entre las peores culpas de los gentiles el carecer de piedad. Nada más lejos de las entrañas de María, y nada más lejos debe estar de sus humildes servidores.

Pero quizá alguien dirá: «¿Es que María no sabía que su Hijo había de morir?» Sí, y con toda certeza. «¿Es que no sabía que había de resucitar al cabo de muy poco tiempo?» Sí, y con toda seguridad. «¿Y, a pesar de ello, sufría por el Crucificado?» Sí, y con toda vehemencia. Y si no, ¿qué clase de hombre eres tú, hermano, o de dónde te viene esta sabiduría, que te extrañas más de la compasión de María que de la pasión del Hijo de María? Este murió en su cuerpo, ¿y ella no pudo morir en su corazón? Aquélla fue una muerte motivada por un amor superior al que pueda tener cualquier otro hombre; esta otra tuvo por motivo un amor que, después de aquél, no tiene semejante.

San Bernardo de Claraval
Sermón, domingo infraoctava de la Asunción

jueves, 14 de septiembre de 2017

San Andrés de Creta. La Cruz es cosa grande y preciosa.


La cruz es cosa grande y preciosa. Grande, porque ella es el origen de innumerables bienes, tanto más numerosos cuanto que los milagros y sufrimientos de Cristo juegan un papel decisivo en su obra de salvación. Preciosa, porque la cruz significa a la vez el sufrimiento y el trofeo del mismo Dios: el sufrimiento, porque en ella sufrió una muerte voluntaria; el trofeo, porque en ella quedó herido de muerte el demonio y, con él, fue vencida la muerte. En la cruz fueron demolidas las puertas de la región de los muertos, y la cruz se convirtió en salvación universal para todo el mundo.