miércoles, 30 de abril de 2014

Apotegmas de un monje a sí mismo


35.- Cristo fue a buscarte. Monje, los Padres te enseñan que Cristo descendió a los infiernos y rescató a toda la humanidad que yacía en tinieblas y sombras de muerte. Pero no sólo fue a buscar a cuantos vivieron en el pasado: también descendió a lo profundo de tu propio pecado, a ese abismo de oscuridad en el que tus malas acciones te precipitan, y que tanta vergüenza te causan cuando, con sinceridad, las reconoces. Cristo descendió a tus propios infiernos, monje, y te encontró tan desnudo de méritos como a los primeros padres. No te avergüences: no lo hizo sino para salvarte definitivamente.

martes, 29 de abril de 2014

Santa Catalina de Siena. Gusté y vi.

Estigmatización de Santa Catalina

¡Oh Deidad eterna, oh eterna Trinidad, que por la unión de la naturaleza divina diste tanto valor a la sangre de tu Hijo unigénito! Tú, Trinidad eterna, eres como un mar profundo en el que cuanto más busco, más encuentro, y cuanto más encuentro, más te busco. Tú sacias al alma de una manera en cierto modo insaciable, pues en tu insondable profundidad sacias al alma de tal forma que siempre queda hambrienta y sedienta de ti, Trinidad eterna, con el deseo ansioso de verte a ti, la luz, en tu misma luz.

Con la luz de la inteligencia gusté y vi en tu luz tu abismo, eterna Trinidad, y la hermosura de tu criatura, pues, revistiéndome yo misma de ti, vi que sería imagen tuya, ya que tú, Padre eterno, me haces partícipe de tu poder y de tu sabiduría, sabiduría que es propia de tu Hijo unigénito. Y el Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, me ha dado la voluntad que me hace capaz para el amor.

Tú, Trinidad eterna, eres el Hacedor y yo la hechura, por lo que, iluminada por ti, conocí, en la recreación que de mí hiciste por medio de la sangre de tu Hijo unigénito, que estás amoroso de la belleza de tu hechura.

¡Oh abismo, oh Trinidad eterna, oh Deidad, oh mar profundo!: ¿podías darme algo más preciado que tú mismo? Tú eres el fuego que siempre arde sin consumir; tú eres el que consumes con tu calor los amores egoístas del alma. Tú eres también el fuego que disipa toda frialdad; tú iluminas las mentes con tu luz, en la que me has hecho conocer tu verdad.

En el espejo de esta luz te conozco a ti, bien sumo, bien sobre todo bien, bien dichoso, bien incomprensible, bien inestimable, belleza sobre toda belleza, sabiduría sobre toda sabiduría; pues tú mismo eres la sabiduría, tú, el pan de los ángeles, que por ardiente amor te has entregado a los hombres.

Tú, el vestido que cubre mi desnudez; tú nos alimentas a nosotros, que estábamos hambrientos, con tu dulzura, tú que eres la dulzura sin amargor, ¡oh Trinidad eterna!

Diálogo sobre la divina providencia (Cap 167)

domingo, 27 de abril de 2014

Escritos del santo Hermano Rafael - 10 -


5 de febrero de 1938 - sábado

San Isidro, 5 de febrero de 1938.

Pasan los días rápidamente y con ellos paso yo. Con el papel delante y con la pluma en la mano, no sé qué hacer... ¡Son tantas cosas las que encierra mi alma que si de todo lo que siento me pusiera a escribir, no acabaría.

Dios, en su infinita bondad, sin necesidad de palabras de hombres, me va enseñando la única ciencia que aquí a la Trapa he venido a aprender..., el desprecio del mundo y la práctica de su amor a Dios. Es a costa de mucho sufrimiento como voy aprendiendo.

Ya me voy acostumbrando a permanecer encerrado en el monasterio. Llevo dos meses sin gozar de un poco de aire y de sol... ¡Ah!, Señor, qué duro es eso para mi..., yo que gozaba en el mundo, con cantar en el campo tus maravillas y grandezas..., que mi mayor placer era abrir mucho los ojos para contemplar el mar..., que mi alma se extasiaba ante un cielo tachonado de estrellas, y mi alma te bendecía al escuchar el silencio de la tierra en una tranquila y dulce puesta de sol.

Todo se acabó para mi..., el cielo, el sol y las flores. La parte humana..., que es mucha, llora, Señor, mi libertad perdida. Pero Tú vienes y me consuelas... ¿Qué no harás Tú por mi, bendito Jesús?

Ayer, a la hora del trabajo, un cielo azul espléndido rodeaba al monasterio... Un día claro de invierno reinaba en estos campos de Castilla. La obediencia me mandó a empapelar chocolate a la fábrica. Una pena muy grande tenía dentro... Me agarré a mi crucifijo y me dispuse a cumplir la obediencia, y Tú, Señor, me hiciste pensar. ¿Qué mejor flor que la penitencia?... Tenía gana de llorar, pero en comunidad no se puede.

Penitencia viniste a hacer..., ¿de qué te quejas, hermano? Si tú supieras que cada lágrima derramada por mi amor en la penitencia del claustro, es un obsequio que hace cantar de alegría a todos los ángeles del cielo.

Ánimo, Rafael, me parece que Dios me decía..., todo pasa..., y bendito Jesús, la pena se me quitaba... Ya no me importaba la belleza del día, ni de nada de la tierra... Yo sabía que Dios me ayudaba, y que Dios me bendecía, y en mi torpe trabajo para empapelar chocolate, a nadie de la tierra ni del cielo envidiaba, pues pensaba, que si los santos del cielo pudieran bajar un momento a la tierra seria para, desde aquí, aumentar la gloria de Dios, aunque no fuera más que con un Avemaría, de rodillas, en silencio..., o quién sabe, envolviendo pastillas de chocolate.

¡Qué bueno eres, Señor! ¡Cuánto me quieres!... Poco a poco voy llegando a comprender la vanidad de todo.

Cuando, después de Vísperas, me arrodillé a los pies de tu Sagrario, vi que había pasado el día, y con él, el cielo azul, el sol brillante, mis penas y mis alegrías... Todo pasó y nada queda.

Qué bien comprendo la vanidad de amar lo perecedero. Sólo lo que sufrí por tu amor al fin del día, me servirá para algo... Lo demás es tiempo perdido, y ¡ah!, Señor, entonces si que lloraremos el no haber hecho penitencia; entonces bendeciremos las pastillas envueltas en la oscuridad de la chocolatería...

¡Qué bueno eres, Señor! Dulce eres cuando consuelas..., pero tu verdadero amor nos lo muestras en las tribulaciones y en las pruebas.

No te pido descanso en la tierra Señor . Quiero cumplir tu voluntad hasta el fin… Enséñame como hasta ahora lo vas haciendo…, en soledad y desconsuelo, en pura fe…, en el abismo de mi nada, y… en los brazos de la Cruz.

¿Qué me falta para ser feliz? Nada, pues nada deseo.

Ya lo sabes, Señor, no te importen mis lágrimas, ni te detengan a veces mis grandes faltas de correspondencia a tu amor... Ya sabes lo que soy y como soy.

No me atrevo a pedirte sufrimientos y cruz, pues me parecería una soberbia presunción, para mi enorme flaqueza..., pero si me las envías, benditas sean.

Bendigo tu mano, Señor, y me entra una enorme alegría al yerme pobre, inútil, enfermo..., y a veces tengo miedo..., aún hay quien me quiere, y tengo cama..., y el santo Job, te bendecía desde un muladar, rascando sus podredumbres con una teja. ¿De qué me puedo yo quejar?... ¡Ah!, Señor, aún soy algo y aún tengo algo.

En tus manos me abandono y a los pies de la Santísima Virgen María...

¿Para qué voy a seguir escribiendo?, también esto me parece vanidad.

Que Jesús y María me perdonen. Así sea.


(1) Este cuaderno lo escribió Rafael a indicación del que había sido su director espiritual, el P. Teófilo Sandoval.

viernes, 25 de abril de 2014

Apotegmas de un monje a sí mismo


34.- La cena que recrea y enamora. Monje, estos días el Señor te convida a la cena del cordero pascual, la cena en la que te entrega su existencia, la cena, como dijo el santo poeta carmelita, que recrea y enamora. Recrea porque te libra de todo mal, te libera de la esclavitud del pecado y te llena de esperanza. Pero no sólo recrea, sino que también enamora. Cristo está llamando a tu puerta: si le abres, entrará y cenará contigo. ¿Qué más puedes desear?

jueves, 24 de abril de 2014

Escritos del santo Hermano Rafael - 9 -


31 de enero de 1938 - lunes

Dios mío..., Dios mío, enséñame a amar tu Cruz. Enséñame a amar la absoluta soledad de todo y de todos. Comprendo, Señor, que es así como me quieres, que es así de la única manera que puedes doblegar a Ti este corazón tan lleno de mundo y tan ocupado en vanidades.

Así en la soledad en que me pones, me enseñarás la vanidad de todo, me hablarás Tú solo al corazón y mi alma se regocijará en Ti.

Pero sufro mucho, Señor..., cuando la tentación aprieta y Tú te escondes... ¡cómo pesan mis angustias!...

¡Silencio pides!... Señor, silencio te ofrezco.

¡Vida oculta!... Señor, sea la Trapa mi escondrijo.

¡Sacrificio!... Señor, ¿qué te diré?, todo por Ti lo di.

¡Renuncia!... Mi voluntad es tuya, Señor.

¿Qué queréis Señor, de mi?

¡¡Amor!! ¡Ah!, Señor, eso quisiera poseer a raudales. Quisiera, Señor, amarte como nadie... Quisiera, Jesús mío, morir abrasado en amor y en ansias de Ti. ¿Qué importa mi soledad entre los hombres? Bendito Jesús, cuanto más sufra..., más te amaré. Más feliz seré, cuanto mayor sea mi dolor. Mayor será mi consuelo, tanto más carezca de él. Cuanto más solo esté, mayor será tu ayuda.

Todo lo que Tú quieras seré.

Mi vida quisiera que fuera un solo acto de amor..., un suspiro prolongado de ansias de Ti.

Quisiera que mi pobre y enferma vida, fuera una llama en la que se fueran consumiendo por amor... todos los sacrificios, todos los dolores, todas las renuncias, todas las soledades.

Quisiera que tu vida, fuera mi única Regla

Que tu "amor eucarístico" mi único alimento.

Tu evangelio mi único estudio.

Tu amor, mi única razón de vivir..

¡Quisiera dejar de vivir si vivir pudiera sin amarte!

Quisiera morir de amor, ya que sólo de amor vivir no puedo.

Quisiera, Señor…, volverme loco… Es angustioso vivir así.

¡Es tan doloroso querer amarte y no poder! Es tan triste arrastrar por el suelo del mundo la materia que es cárcel del alma que sólo suspira por Ti... ¡Ah!, Señor, morir o vivir, lo que Tú quieras…, pero por amor

Ni yo mismo sé lo que digo, ni lo que quiero... Ni sé si sufro, ni si gozo..., ni sé lo que quiero ni lo que hago.

Ampárame, Virgen María... Sé mi luz en las tinieblas que me rodean. Guíame en este camino en que ando solo, guiado solamente por mi deseo de amar entrañablemente a tu Hijo.

No me dejes, Madre mía. Ya sé que nada soy y que nada valgo. Miseria y pecados..., eso es lo único, y lo mejor, que puedo alegar para que tú atiendas mi oración.

Señora, vine a la Trapa, dejando a los hombres, y con los hombres me encuentro. Ayúdame a seguir los consejos de la Imitación de Cristo, que me dice no busque nada en las criaturas y me refugie en el Corazón de Cristo.

Nada quiero que no sea Dios..., fuera de El todo es vanidad.