Caminamos juntos en un solo espíritu
hacia lo que es verdaderamente nuestro único deseo,
la única meta de nuestro impulso:
servir al Señor y complacerlo,
como en un nuevo Paraíso, en esta vida angélica.
Ahí está todo el don de Dios.
Nuestra alegría, nuestro alimento,
el objeto de nuestro celo y cuidado
es encontrar los medios de agradar al Señor.
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