Altar de san Luis. Iglesia de San Ignacio. Roma. |
Recordamos hoy a un egregio religioso jesuita, san Luis Gonzaga, que en la flor de su juventud entregó su vida a Dios y nos dejó el ejemplo de una vida llena de pureza, que renunció a las grandezas propias de su linaje para consagrarse al servicio de Dios.
En 1590-1591 la peste hizo estragos en Roma, causando miles de muertes entre ellas la de los papas Sixto V, Urbano VII y Gregorio XIV. Luis atendió con heroísmo a los apestados en San Giacomo degli Incurabili, en San Juan de Letrán, en Santa María de la Consolación, y en el hospital improvisado junto a la iglesia del Gesú, donde contrajo la enfermedad.
Así moría a los 23 años, tras una vida rica en experiencias. Reconocía que «el Señor le había dado un gran fervor en ayudar a los pobres», y añadía: «cuando uno tiene que vivir pocos años, Dios lo incita más a emprender tales acciones». Al padre provincial, que llegó a visitarle horas antes de morir, le dijo:
¡Ya nos vamos, padre; ya nos vamos...!
¿A dónde, Luis?
¡Al Cielo!
¡Oigan a este joven! -exclamó el provincial- Habla de ir al cielo como nosotros hablamos de ir a Frascati.
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