sábado, 3 de mayo de 2014

Escritos del santo Hermano Rafael - 11 -


12 de febrero de 1938 - sábado

12 de febrero de 1938.

Muchas veces he pensado que el mayor consuelo es no tener ninguno; lo he pensando y lo he experimentado.

Si el consuelo nos viene de las criaturas, el volver a la desolación, se hace duro y penoso. Y si el consuelo nos viene de Dios..., ¡cómo es posible luego vivir entre tanta miseria! ¡Qué cuesta arriba se hace la vida! ¡Cómo lastima el trato con los hombres! ¡Qué penoso es el tener que cuidar a este miserable cuerpo, y tener que alimentarse, dormir y sufrir mil flaquezas de la carne!

Alguna vez he sentido en mi corazón, pequeños latidos de amor a Dios... Ansias de Él y desprecio del mundo y de mi mismo.

Alguna vez he sentido el consuelo enorme e inmenso de yerme solo y abandonado en los brazos de Dios. Soledad con Dios..., nadie que no lo haya experimentado, lo puede saber, y yo no lo sé explicar. Pero sólo sé decir que es un consuelo que sólo se experimenta en el sufrir..., y en el sufrir solo.., y con Dios, está la verdadera alegría.

Es un nada desear más que sufrir. Es un ansia muy grande de vivir y morir ignorado de los hombres y del mundo entero... Es un deseo grande de todo lo que es voluntad de Dios... Es no querer nada fuera de El... Es querer y no querer... No sé, no me sé explicar..., sólo Dios me entiende, pero aunque no sé la causa, sé sus efectos.

Todo va cambiando en mi alma. Lo que antes me hacia sufrir..., ahora me es indiferente; en cambio, voy encontrando repliegues en mi corazón que estaban escondidos, y que ahora salen a la luz.

En primer lugar, lo que antes me humillaba, ahora casi me causa risa. Ya no me importa mi situación de oblato en el monasterio... Alguna vez miro con cierta envidia la cogulla, pero me alegraría si me dieran la capa de oblato y me quitaran la de novicio (1). Veo que el último lugar es el mejor de todos; me alegro de no ser nada ni nadie; estoy encantado con mi enfermedad que me da motivos para padecer físicamente y moralmente. Pero lo más general es que me traiga sin cuidado, y no me importe nada, ni la capa, ni la cogulla..., (2) y el lugar veo que es lo de menos...

Mi enfermedad..., ¿qué más me da comer solo que acompañado, lentejas que patatas, padecer hambre o sed, vivir hacia la derecha o hacia la izquierda?

Todo me es igual. Sólo quiero amar a Dios y cumplir su voluntad...¿Qué hay fuera de eso? Vanidad..., aire..., deseos pueriles de hombre.

Antes sufría al yerme solo. Bendita soledad, Señor, en que me pones... No quiero que me hable ninguna criatura. ¿Qué me pueden decir que Tú desde tu Cruz, no me enseñes?

Cuando tengo una duda, o algo en que estoy incierto, cuando me aprieta una tentación o me dejo llevar de alguna flaqueza..., procuro hacer un acto de humildad a los pies de tu Cruz, y besando tu divina sangre que escurre de las llagas de tus pies por el madero..., pedirte protección, ayuda y consejo..., lo que Tú me inspiras en aquel momento, eso hago.

Bendita soledad en la que Tú sólo recoges mis penas. En la que Tú sólo recibes mis lágrimas, y para quien sólo son mis fervores, mis ansias de tu amor, mis deseos de padecer una partecica de tu cruz.

Ya no me quejo de nada, Señor... Sólo quiero hacer tu voluntad y creo, Señor, en la obediencia humilde, cumplirla.

Sólo pretendo vivir una vida muy sencilla, sin cosas extraordinarias..., muy oculto a los hombres mi amor por Ti...

Vivir mi vida de enfermo en la Trapa con la sonrisa en los labios... Hacer con sencillez lo que me manden. Obedecer con prontitud..., y esconder a todos, el pequeño volcán de mi corazón, que quisiera morir abrazado a la Cruz de Jesús..., mis deseos a veces de penitencias que no puedo cumplir...

Quisiera dormir en la escalera... Quisiera comer debajo de la mesa del Padre Abad. Quisiera andar vestido de un saco y una cuerda.. Quisiera, Señor, enmudecer por Ti toda la vida... Y quisiera a veces hacerme el loco y salir dando gritos por los claustros del monasterio..., arrastrarme a los pies de todos los religiosos... No sé, Señor, lo que yo haría si me dejaran..., a lo mejor nada.

¡Ah!, ¿quién piensa en blancas cogullas..., cuando veo a mi Jesús desnudo en una Cruz?... ¿Quién piensa en ser apreciado de los hombres, cuando veo a mi Jesús olvidado de sus amigos y despreciado y escupido en la calle de la amargura?...

¿Quién piensa en tener prudencia, cuando vemos a Jesús con una capa y un cetro de loco?... Señor, Señor, yo quisiera ser ese loco..., y recibir las risas y las burlas que Tú recibiste...

Quisiera, Señor, ser ese loco... No sé lo que digo..., pobre oblato trapense, cuya vida quieres Tú que se deslice en silencio, en oscuridad..., en sencillez... Sea, Señor, cumplida tu voluntad.

¡Pero no tardes, Señor! Mira que tu siervo Rafael tiene prisa de estar contigo..., de ver a María, tu Santísima Madre..., de cantar tus alabanzas con los santos y con los ángeles... ¡Ah!, Señor, ¿cuándo tendré que dejar de comer..., de dormir..., y de tratar con todos?

¡Qué hermosa profesión voy a hacer el día de mi muerte!... ¡Votos eternos de amor!... para siempre..., siempre... ¿Quién piensa en la tierra y en los hombres? Todo es perecedero, pequeño y deleznable... Sólo Dios... Todo lo externo es vanidad... Sólo Dios... El tiempo y el hombre pasan... Sólo Dios.

Sólo Dios... Sólo Dios... Sólo Dios... sea mi vida, y María mi buena Madre, me ayude a caminar en este valle de miserias. Así sea.

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