3.- El Señor de los Apóstoles se presentó de tal modo a los Apóstoles que ya no necesitan valerse de las criaturas para conocer al Dios invisible, sino que él mismo, el Creador de todo se deja ver cara a cara. Y como ellos eran carnales y Dios es espíritu, era imposible conseguir la armonía entre el espíritu y la carne. Por eso se adaptó a ellos con la sombra de su cuerpo, y así, a través de un cuerpo radiante de vida, vieran al Verbo en la carne, al sol en la nube, la luz en el barro, y el cirio en el candelero: el aliento de nuestra boca es el Ungido del Señor, de quien decíamos: a su sombra viviremos entre los pueblos. Fijaos que dice: a su sombra entre los pueblos, y no entre los ángeles, donde contemplaremos la luz más nítida con ojos inmaculados.
Por eso cubrió a la Virgen con su sombra la fuerza del Altísimo: para que tan sublime resplandor no la ofuscara, y esa águila tan extraordinaria pudiera soportar los rayos de la divinidad. Les presentó la carne, para atraer a esa carne, que hacía milagros y obraba maravillas, todas sus inclinaciones hacia las cosas humanas. Y de la carne los pasó al espíritu, porque Dios es espíritu y los que lo adoran han de dar culto con espíritu y verdad. ¿No crees que iluminó su entendimiento cuando les abrió los sentidos para comprender la Escritura, explicándoles que Cristo tenía que padecer todo eso, resucitar de los muertos y entrar en su gloria?
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