3 de abril de 1938 - Domingo de Pasión
Hoy hemos tenido la comunidad la dicha de escuchar la palabra del Obispo de Tuy que ha venido a pasar unos días de retiro. Nos hizo una pequeña plática en el Capítulo y nos habló de la Cruz de Cristo.
¡Cómo expresar lo que mi alma sintió, cuando de boca de tan santo Prelado, escuchó lo que ya es mi locura, lo que me hace ser absolutamente feliz en mi destierro... el amor a la Cruz!
¡Oh!, si yo supiera expresarme como lo hace el señor Obispo! ¡Oh! quién me diera el léxico de David para poder expresar las maravillas del amor a la Cruz. ¡Oh!, si mi pluma en lugar de ser de acero duro y material, fuera sólo espíritu, y en lugar de torpes palabras, escribiera algo que realmente dijera lo que mi alma siente.
¡Oh! ¡la Cruz de Cristo! ¿Qué más se puede decir? Yo no sé rezar... No sé lo que es ser bueno... No tengo espíritu religioso, pues estoy lleno de mundo... Sólo sé una cosa, una cosa que llena mi alma de alegría a pesar de verme tan pobre en virtudes y tan rico en miserias… Sólo sé que tengo un tesoro que por nada ni por nadie cambiaría..., mí cruz..., la Cruz de Jesús. Esa Cruz que es mi único descanso..., ¡cómo explicarlo! Quien esto no haya sentido..., ni remotamente podrá sospechar lo que es.
Ojalá los hombres todos amaran la Cruz de Cristo... ¡Oh! si el mundo supiera lo que es abrazarse de lleno, de veras, sin reservas, con locura de amor a la Cruz de Cristo...! Cuántas almas, aun religiosas, ignoran esto... ¡qué pena!
Cuánto tiempo perdido en pláticas, devociones y ejercicios que son santos y buenos..., pero no son la Cruz de Jesús, no son lo mejor...
¡Ah! si yo pudiera hablar o gritar en medio de los hombres, las sublimidades del amor a la Cruz... Pobre hombre que para nada vales ni para nada sirves, qué loca pretensión la tuya.
Pobre oblato que arrastras tu vida siguiendo como puedes las austeridades de la Regla, conténtate con guardar en silencio tus ardores; ama con locura lo que el mundo desprecia porque no conoce; adora en silencio esa Cruz que es tu tesoro sin que nadie se entere. Medita en silencio a sus pies, las grandezas de Dios, las maravillas de María, las miserias del hombre del que nada debes esperar... Sigue tu vida siempre en silencio, amando, adorando y uniéndote a la Cruz..., ¿qué más quieres?
Saborea la Cruz…, como dijo esta mañana el señor Obispo de Tuy. Saborear la Cruz…
¡Ah! Señor Jesús… qué feliz soy…, he hallado lo que desea mi alma. No son los hombres, no son las criaturas… no es la paz, ni es el consuelo..., no es lo que el mundo cree..., es lo [que] nadie puede sospechar..., es la Cruz.
¡Qué bien se vive sufriendo!… a tu lado, en tu Cruz..., viendo llorar a María. ¡Quién tuviera fuerzas de gigante para sufrir!
Saborear la Cruz... Vivir enfermo, ignorado, abandonado de todos... Sólo Tú y en la Cruz... Qué dulces son las amarguras, las soledades, las penas, devoradas y sorbidas en silencio, sin ayuda. Qué dulces son las lágrimas derramadas junto a tu Cruz.
¡Ah! si yo supiera decir al mundo dónde está la verdadera felicidad! Pero el mundo esto no lo entiende, ni lo puede entender, pues para entender la Cruz, hay que amarla, y para amarla hay que sufrir, más no sólo sufrir, sino amar el sufrimiento..., y en esto ¡qué pocos, Señor, te siguen al Calvario!
Quisiera, Jesús mío, suplir yo, lo que el mundo no hace... Quisiera, Señor, amar tu bendita Cruz con toda el ansia que el mundo entero no pone, y debiera poner, si supiera el tesoro que encierras en tus llagas, en tus espinas, en tu sed, en tu agonía, en tu muerte..., en tu Cruz.
Quién me diera sufrir junto a tu Cruz, para aliviar tu dolor.
Mírame, Señor, postrado a tus pies. Estoy loco, no sé lo que pido, ni sé lo que digo. Tengo miedo de pretender más de lo que puedo... ¿seré un insensato al pretenderlo?
Señor, condúceme por el camino de la humildad... y nada más…
Tengo miedo, aunque..., perdóname Jesús mío, estando Tú a mi lado y dejándome yo hacer..., ¿qué he de temer?
Mátame si quieres... Toma mi vida, empléala en lo que quieras, abre, taja y raja, despedaza, une y desune..., haz trizas de mí..., haz lo que quieras, yo nada quiero más que amarte con frenesí, con locura... Adorar tu voluntad que es la mía, vivir absorto en tu inmensa piedad para conmigo... Veo lo que me quieres..., veo lo que soy, y sin atreverme ni a mirar al suelo..., no sé si reír o llorar..., sólo quisiera morirme de amor.
En fin, qué locuras digo..., pero es mucho lo que Jesús hace conmigo para permanecer insensible.
Todo esto que digo no tiene a lo mejor ni pies ni cabeza..., pero es lo que siento, y nada más.
Si dijera que algunos momentos siento unos deseos inmensos de ponerme a gritar..., Jesús..., Jesús..., Jesús, como un loco, nadie lo creería. Otras veces siento deseos de postrarme en el suelo con la frente en tierra y pedir a voces la misericordia de Dios, y no levantarme más.
Otras veces quisiera desaparecer de entre los hombres, y volar a Dios que me espera... No sé, quisiera no desbarrar.
Señor Jesús mío..., qué duro es vivir, y aún hay hombres que aman esta miserable vida y se llaman religiosos. Señor, yo no soy religioso, yo no soy nada ni nadie..., soy el último de todos, pero Señor, quisiera amarte como nadie..., desprecié el mundo por Ti..., déjame despreciar lo último que me queda, mi voluntad y mi vida.
Mas Señor, en esto no hay mérito, pues aborrecer lo único que de Ti me separa, no es cosa grande, y esperar con ansia lo que a Ti me puede acercar, no es virtud. ¿Qué mérito hay en aborrecer la vida y esperar la muerte?
Pero yo, Señor, no quiero aborrecer lo que Tú me das, ni desear lo que Tú aún no quieres. Cúmplase, Jesús mío, tu voluntad. Déjame seguir junto a tu Cruz... No me desampares cuando desfallezca, Virgen María...
No busco consuelo, no busco descanso... Sólo quiero amar la Cruz..., sentir la Cruz..., saborear la Cruz.
Plan para vivir la Semana de Pasión.
No separarme ni un momento de la Cruz de Jesús.
Dormir, andar, estudiar, rezar, comer, siempre teniendo presente que Jesús me mira desde la Cruz.
Al levantarme, adorar la Cruz, y al acostarme, poner la cama en el Calvario junto a ella.
La comunión, la oración y la santa Misa serán en reparación por el mundo entero que no aprovecha los méritos de la Pasión de Cristo.
El Oficio divino lo rezaré teniendo presente a mi Jesús de mi alma clavado en el madero de la Cruz.
Que la Santísima Virgen me ayude y me acompañe... Así sea.
¡Cómo expresar lo que mi alma sintió, cuando de boca de tan santo Prelado, escuchó lo que ya es mi locura, lo que me hace ser absolutamente feliz en mi destierro... el amor a la Cruz!
¡Oh!, si yo supiera expresarme como lo hace el señor Obispo! ¡Oh! quién me diera el léxico de David para poder expresar las maravillas del amor a la Cruz. ¡Oh!, si mi pluma en lugar de ser de acero duro y material, fuera sólo espíritu, y en lugar de torpes palabras, escribiera algo que realmente dijera lo que mi alma siente.
¡Oh! ¡la Cruz de Cristo! ¿Qué más se puede decir? Yo no sé rezar... No sé lo que es ser bueno... No tengo espíritu religioso, pues estoy lleno de mundo... Sólo sé una cosa, una cosa que llena mi alma de alegría a pesar de verme tan pobre en virtudes y tan rico en miserias… Sólo sé que tengo un tesoro que por nada ni por nadie cambiaría..., mí cruz..., la Cruz de Jesús. Esa Cruz que es mi único descanso..., ¡cómo explicarlo! Quien esto no haya sentido..., ni remotamente podrá sospechar lo que es.
Ojalá los hombres todos amaran la Cruz de Cristo... ¡Oh! si el mundo supiera lo que es abrazarse de lleno, de veras, sin reservas, con locura de amor a la Cruz de Cristo...! Cuántas almas, aun religiosas, ignoran esto... ¡qué pena!
Cuánto tiempo perdido en pláticas, devociones y ejercicios que son santos y buenos..., pero no son la Cruz de Jesús, no son lo mejor...
¡Ah! si yo pudiera hablar o gritar en medio de los hombres, las sublimidades del amor a la Cruz... Pobre hombre que para nada vales ni para nada sirves, qué loca pretensión la tuya.
Pobre oblato que arrastras tu vida siguiendo como puedes las austeridades de la Regla, conténtate con guardar en silencio tus ardores; ama con locura lo que el mundo desprecia porque no conoce; adora en silencio esa Cruz que es tu tesoro sin que nadie se entere. Medita en silencio a sus pies, las grandezas de Dios, las maravillas de María, las miserias del hombre del que nada debes esperar... Sigue tu vida siempre en silencio, amando, adorando y uniéndote a la Cruz..., ¿qué más quieres?
Saborea la Cruz…, como dijo esta mañana el señor Obispo de Tuy. Saborear la Cruz…
¡Ah! Señor Jesús… qué feliz soy…, he hallado lo que desea mi alma. No son los hombres, no son las criaturas… no es la paz, ni es el consuelo..., no es lo que el mundo cree..., es lo [que] nadie puede sospechar..., es la Cruz.
¡Qué bien se vive sufriendo!… a tu lado, en tu Cruz..., viendo llorar a María. ¡Quién tuviera fuerzas de gigante para sufrir!
Saborear la Cruz... Vivir enfermo, ignorado, abandonado de todos... Sólo Tú y en la Cruz... Qué dulces son las amarguras, las soledades, las penas, devoradas y sorbidas en silencio, sin ayuda. Qué dulces son las lágrimas derramadas junto a tu Cruz.
¡Ah! si yo supiera decir al mundo dónde está la verdadera felicidad! Pero el mundo esto no lo entiende, ni lo puede entender, pues para entender la Cruz, hay que amarla, y para amarla hay que sufrir, más no sólo sufrir, sino amar el sufrimiento..., y en esto ¡qué pocos, Señor, te siguen al Calvario!
Quisiera, Jesús mío, suplir yo, lo que el mundo no hace... Quisiera, Señor, amar tu bendita Cruz con toda el ansia que el mundo entero no pone, y debiera poner, si supiera el tesoro que encierras en tus llagas, en tus espinas, en tu sed, en tu agonía, en tu muerte..., en tu Cruz.
Quién me diera sufrir junto a tu Cruz, para aliviar tu dolor.
Mírame, Señor, postrado a tus pies. Estoy loco, no sé lo que pido, ni sé lo que digo. Tengo miedo de pretender más de lo que puedo... ¿seré un insensato al pretenderlo?
Señor, condúceme por el camino de la humildad... y nada más…
Tengo miedo, aunque..., perdóname Jesús mío, estando Tú a mi lado y dejándome yo hacer..., ¿qué he de temer?
Mátame si quieres... Toma mi vida, empléala en lo que quieras, abre, taja y raja, despedaza, une y desune..., haz trizas de mí..., haz lo que quieras, yo nada quiero más que amarte con frenesí, con locura... Adorar tu voluntad que es la mía, vivir absorto en tu inmensa piedad para conmigo... Veo lo que me quieres..., veo lo que soy, y sin atreverme ni a mirar al suelo..., no sé si reír o llorar..., sólo quisiera morirme de amor.
En fin, qué locuras digo..., pero es mucho lo que Jesús hace conmigo para permanecer insensible.
Todo esto que digo no tiene a lo mejor ni pies ni cabeza..., pero es lo que siento, y nada más.
Si dijera que algunos momentos siento unos deseos inmensos de ponerme a gritar..., Jesús..., Jesús..., Jesús, como un loco, nadie lo creería. Otras veces siento deseos de postrarme en el suelo con la frente en tierra y pedir a voces la misericordia de Dios, y no levantarme más.
Otras veces quisiera desaparecer de entre los hombres, y volar a Dios que me espera... No sé, quisiera no desbarrar.
Señor Jesús mío..., qué duro es vivir, y aún hay hombres que aman esta miserable vida y se llaman religiosos. Señor, yo no soy religioso, yo no soy nada ni nadie..., soy el último de todos, pero Señor, quisiera amarte como nadie..., desprecié el mundo por Ti..., déjame despreciar lo último que me queda, mi voluntad y mi vida.
Mas Señor, en esto no hay mérito, pues aborrecer lo único que de Ti me separa, no es cosa grande, y esperar con ansia lo que a Ti me puede acercar, no es virtud. ¿Qué mérito hay en aborrecer la vida y esperar la muerte?
Pero yo, Señor, no quiero aborrecer lo que Tú me das, ni desear lo que Tú aún no quieres. Cúmplase, Jesús mío, tu voluntad. Déjame seguir junto a tu Cruz... No me desampares cuando desfallezca, Virgen María...
No busco consuelo, no busco descanso... Sólo quiero amar la Cruz..., sentir la Cruz..., saborear la Cruz.
Plan para vivir la Semana de Pasión.
No separarme ni un momento de la Cruz de Jesús.
Dormir, andar, estudiar, rezar, comer, siempre teniendo presente que Jesús me mira desde la Cruz.
Al levantarme, adorar la Cruz, y al acostarme, poner la cama en el Calvario junto a ella.
La comunión, la oración y la santa Misa serán en reparación por el mundo entero que no aprovecha los méritos de la Pasión de Cristo.
El Oficio divino lo rezaré teniendo presente a mi Jesús de mi alma clavado en el madero de la Cruz.
Que la Santísima Virgen me ayude y me acompañe... Así sea.
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