miércoles, 12 de noviembre de 2014

San Braulio de Zaragoza. Comienzo de la Vida de san Millán

§ 1. DEL PRINCIPIO DE SU CONVERSIÓN 

     Ayudando, pues, a nuestros intentos Jesucristo y las oraciones del mismo varón santo, comencemos también nosotros por el principio de su conversión, describiendo su vida desde que tuvo casi veinte años de edad: porque los venerables sacerdotes de la Iglesia de Cristo Citonato, Sofronio y Geroncio, presbíteros de santa y purísima vida, a quienes no da la Iglesia poco mérito, nos contaron fielmente lo que vieron. A estos fidelísimos testigos agrégase el testimonio de la muy religiosa Potamia, de santa memoria, que con la nobleza de su vida realzó la nobleza de su linaje. Estos cuatro escogí por testigos de los milagros que hizo en vida, además de los testimonios que pueblos y provincias dan de esto, como lo acredita casi toda España. Por eso necesariamente omitimos aquellos que por su frecuencia se han hecho casi cotidianos; porque, como antes dijimos, no es posible escrirbirlos todos : y si alguno desea saberlos, ciertamente que mejor los creería viéndolo por sí mismo. Pues, como empecé a decir, los sobredichos testigos refirieron que su conversión y vida fue así. 


El que había de ser pastor de hombres era pastor de ovejas, y guiábalas a lo más escondido de los montes. Y, como es costumbre de pastores, llevaba consigo una citara para que, asistiendo a la guarda de su ganado, el decaimiento no se apoderase del alma ociosa y no ocupada en algún ejercicio. Como llegase al lugar ordenado por Dios, le vino un sueño del cielo, porque aquel artífice de los puros corazones, con grande artificio suele hacer su oficio;. y convirtió el material de la citara en instrumento de letras, y levantó el alma de un pastor a la contemplación de cosas soberanas. En despertando, trató de consagrarse a la vida celestial, y dejando los campos, caminó para el yermo. 



§ 2. DE CÓMO SE FUE EN BUSCA DE CIERTO MONJE QUE ESTABA EN EL CASTILLO BILIBIENSE 

     Por fama que había, supo de cierto monje llamado Felices, varón santísimo, de quien ventajosamente podía ser discípulo, y que moraba entonces en el castillo de Bilibio. Poniéndose en camino, llegó a él, y sujetándose con ánimo resuelto bajo su disciplina, aprendió de qué manera podía dirigirse con paso firme al reino de los cielos. Esto me parece que es una lección para nosotros, a fin de que sepamos que ninguno sin maestro puede caminar rectamente a la vida bienaventurada. No lo hizo este varón, ni Cristo instruyó por sí mismo a San Pablo, ni  quiso el poder divino que Samuel prescindiera de ello; pues a este Santo le mandó que fuese al ermitaño, y mandó que Pablo fuese a Ananías y Samuel a Helí, aunque ya el mismo Señor se había manifestado a ellos por medio de milagros y de palabras. 



§ 3. DE CÓMO LLEGÓ AL SITIO DONDE AHORA ESTÁ SU ORATORIO 

     Después que el ermitaño le instruryó muy bien en los caminos de la vida, copiosamente rico de reglas y tesoros de salvación, abundante en gracia de doctrina, volvió a su patria; y así llegó no lejos de la villa de Berceo, al sitio donde ahora está su cuerpo glorioso; sin que allí  permaneciese mucho tiempo, porque vio que le era gran embarazo la multitud de gente que allí acudía a él. 



§ 4. DE CÓMO SE FUE AL YERMO 

     Caminó al sitio más elevado, dirigiendo alegre sus pasos por terrenos escabrosos. El espíritu estaba pronto; de modo que, no solamente con el corazón, sino también con el cuerpo, caminando por el valle de las lágrimas de virtud en virtud, pareciese que subía de alguna manera la escala de Jacob. y cuando llegó a lo más apartado y escondido del monte Distercio, y estuvo tan próximo a la cumbre cuanto lo permitían la temperatura y los bosques, hecho huésped de los collados, privado de la compañía de los hombres, solamente disfrutaba de los consuelos de los ángeles, habitando alli casi por espacio de cuarenta años. Las luchas visibles e invisibles, las varias y arteras tentaciones, y las asechanzas que de parte del antiguo engañador de las almas allí sufriera, sólo pueden conocerlo bien aquellos que, consagrándose a la virtud, las experimentan en si mismos. Entretanto, él dirigía todo su afecto, todo su deseo, todos sus impulsos, sus pasos todos, hacia donde se había propuesto el firme propósito de su devoción santa. ¡Oh, inmenso don! ¡Oh varón singular! ¡Alma aventajadísima, tan entregada a la contemplación, que parecía que el mundo nada tenía que ver con ella! ¡Cuántas veces, según conjeturo, ardiendo en él la llama del amor divino, entre aquella espesísímas y altísimas selvas, en las elevadísimas cumbres de los collados, y en la cima que parecían avanzar hasta los cielos, decía en voz alta a Cristo: «Ay de mí, que mi peregrinación  en la tierra se va haciendo muy larga». ¡Cuánta veces exclamaba entre sollozos y suspiros: «Deseo morir y estar con Cristo»! ¡Cuántas otras, grandemente conmovida su alma, plañía diciendo: «Mientras vivo en este cuerpo estoy distante del Señor y fuera de mi patria»! 

     Y el Santo, aterido de frío, abandonado en soledad, impregnado por la inclemencia de las lluvia, atormentado por la fuerza de los vientos, soportaba, no sólo con paciencia, sino hasta con alegría y anhelo, el rigor de los fríos, la tristeza de la soledad, lo torrencial de la lluvia y la aspereza de los vientos, escudado con el amor de Dios, contemplando los sufrimientos de Jesucristo y fortalecido con la gracia del Espíritu Santo. Mas así como la ciudad situada en el monte no puede estar oculta mucho tiempo, así la fama de su santidad se extendió tanto, que llegó a noticia de casi todos. 


§ 5. QUE EL OBISPO DIDIMO LE CONFIRIÓ EL CUIDADO DE UNA IGLESIA

     Como también llegase esto a noticia de Dídimo, obispo entonces de Tarazona, acósale queriendo conferirle las sagradas órdenes, porque estaba en terreno de su jurisdicción. Desde luego le pareció a Millán cosa dura y grave el huir y oponerse, como duro y grave le parecía el que de su soledad, que era para él un cielo, le volviesen al mundo. Finalmente: creíase menos hábil  para ejercer el pesado oficio de sacerdote, y pasar de la vida contemplativa a la activa ; pero, después de todo, a pesar suyo, fue obligado a obedecer, por lo cual se le confirió el cargo de cura de la iglesia de Berceo. Dejando entonces aquellas ocupaciones a que suelen dedicarse en nuestros tiempos algunos de nuestra clase, desempeñaba santamente su cargo.


Contra su gusto había entrado en la nueva vida;  pero en ella observaba un rezo no interrumpido; absteníase de alimento durante semanas enteras; velaba continuamente; era su prudencia verdadera, su esperanza cierta, grande su frugalidad, benigna su justicia, sólida su paciencia, y, para decirlo en pocas palabras, perseveraba infatigable en gran moderación, absteniéndose enteramente de hacer nada malo. Había escogido también en los prados de la inefable divinidad flores de sabiduría, de modo que no habiendo aprendido de memoria sino apenas hasta el salmo VIII. adelantábase incomparablemente a los filósofos del mundo, siendo mucho más excelente que ellos en ciencia, prudencia e ingenio. Y así debía ser, pues lo que aquéllos consiguieron humanamente por el estudio, a éste se lo dio divinamente la gracia del cielo. Ciertamente, fue, a mi juicio, muy semejante en su vocación a los santos Antonio y Martín, en la vida y en los milagros. Y, omitiendo otras muchas cosas, diré que entre sus ocupaciones eclesiásticas propúsose ante todo valerosa y diestramente desterrar cuanto antes le fuera posible la avaricia de la casa del Señor ; y por eso los bienes eclesiásticos, la sustancia de Cristo, distribuíalos entre los pobres, que son las entrañas de Jesucristo, haciendo así a la Iglesia de Cristo opulenta, no en riquezas materiales, sino en virtudes ; no en rentas, sino en religión; no en intereses, sino en cristianos; pues sabía que ante Dios no sería juzgado por la pérdida de los bienes temporales, sino por la pérdida de las almas. 

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