Viene nuestro Dios, y no callará. Cristo, el Señor, Dios nuestro e Hijo de Dios, en su primera venida se presentó veladamente, pero en su segunda venida aparecerá manifiestamente. Al presentarse veladamente, sólo se dio a conocer a sus siervos; cuando aparezca manifiestamente, se dará a conocer a buenos y malos. Al presentarse veladamente, vino para ser juzgado; cuando aparezca manifiestamente, vendrá para juzgar. Finalmente, cuando era juzgado guardó silencio, y de este su silencio había predicho el profeta: Como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca.
Pero viene nuestro Dios, y no callará. Guardó silencio cuando era juzgado, pero no lo guardará cuando venga para juzgar. En realidad, ni aun ahora guarda silencio si hay quien le escuche; pero se dijo: Entonces no callará, cuando reconozcan su voz incluso los que ahora la desprecian. Actualmente, cuando se recitan los mandamientos de Dios, hay quienes se echan a reír. Y como, de momento, lo que Dios ha prometido no es visible ni se comprueba el cumplimiento de sus amenazas, se hace burla de sus preceptos. Por ahora, incluso los malos disfrutan de lo que el mundo llama felicidad: en tanto que la llamada infelicidad de este mundo la sufren incluso los buenos.
Los hombres que creen en las realidades presentes, pero no en las futuras, observan que los bienes y los males de la vida presente son participados indistintamente por buenos y malos. Si anhelan las riquezas, ven que entre los ricos los hay pésimos y los hay hombres de bien. Y si sienten pánico ante la pobreza y las miserias de este mundo, observan asimismo que en estas miserias se debaten no sólo los buenos, sino también los malos. Y se dicen para sus adentros que Dios no se ocupa ni gobierna las cosas humanas, sino que las ha completamente abandonado al azar en el profundo abismo de este mundo, ni se preocupa en absoluto de nosotros. Y de ahí pasan a desdeñar los mandamientos, al no ver manifestación alguna del juicio.
Pero aun ahora debe cada cual reflexionar que, cuando Dios quiere, ve y condena sin dilación, y, cuando quiere, usa de paciencia. Y ¿por qué así? Pues porque si al presente jamás ejerciera su poder judicial, se llegaría a la conclusión de que Dios no existe; y si todo lo juzgara ahora, no reservaría nada para el juicio final. La razón de diferir muchas cosas hasta el juicio final y de juzgar otras enseguida, es para que aquellos a quienes se les concede una tregua teman y se conviertan. Pues a Dios no le gusta condenar, sino salvar; por eso usa de paciencia con los malos, para hacer de los malos buenos. Dice el Apóstol, que Dios revela su reprobación de toda impiedad, y pagará a cada uno según sus obras.
Y al despectivo lo amonesta, lo corrige y le dice: ¿O es que desprecias el tesoro de su bondad, tolerancia y paciencia? Porque es bueno contigo, porque es tolerante, porque te hace merced de su paciencia, porque te da largas y no te quita de en medio, desprecias y tienes en nada el juicio de Dios, ignorando que esa bondad de Dios es para empujarte a la conversión. Con la dureza de tu corazón impenitente te estás almacenando castigos para el día del castigo cuando se revelará el justo juicio de Dios pagando a cada uno según sus obras.
Sermón 18 (1-2: CCL 61, 245-246)
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