Cierto, nuestros príncipes, Adán y Eva, son el germen de nuestra raza, desobedientes y socios de ladrones. Porque, mediante la persuasión de la serpiente, o del diablo a través de la serpiente, intentan robar lo que pertenece al Hijo de Dios. El Padre no aguanta el insulto ocasionado al Hijo, pues el Padre ama al Hijo, y reclama inmediatamente la venganza en el hombre mismo, haciendo pesar su mano sobre nosotros. Hemos pecado en Adán, y en él recibimos todos la sentencia de condenación. ¿Qué va a intentar el Hijo cuando ve al Padre celarse por él y que se niega a perdonar a las criaturas? "He aquí", dice, "que, por causa de mí, el Padre pierde a sus criaturas". El primer ángel buscó con ahínco mi grandeza tuvo un círculo que confió en él. Pero inmediatamente el ce o del Padre se vengó en su persona. Le hirió a él y a todos los suyos con una herida incurable y le infringió un cruel escarmiento. También el hombre quiso arrebatar e saber que me pertenece; y tampoco tuvo compasión ni lástima de él.
¿Acaso Dios se cuida de los bueyes? Había creado tan sólo dos criaturas nobles, dotadas de razón y capaces de felicidad: el ángel y el hombre. Pero por mi causa perdió muchos ángeles y todos los hombres. Por tanto, para que vea que yo amo a mi Padre, haré que él reciba, a través de mí, a los que, en cierto modo, ha perdido por mi causa. Si por mi culpa sobrevino esta tormenta, dice Jonás, cogedme y arrojadme al mar. Todos me tienen envidia. Pero voy a venir y manifestarme de tal modo que quien me envidie y trata de imitarme le sea provechosa esa porfía. Me doy cuenta, sin embargo, que los ángeles desertores han adoptado una actitud de maldad y perversidad. No han pecado por ignorancia y debilidad. Deben perecer, ya que se negaron a hacer penitencia. El amor del Padre y el honor del rey reclaman la Justicia.
El designio, pues, de Dios al crear a los hombres es que ocupen los lugares que han quedado vacantes y reconstruyan los muros de Jerusalén. Sabía que ya no era posible abrir un camino de retorno para los ángeles. Conocía la soberbia de Moab, un orgulloso incorregible. La soberbia nunca acepta el remedio de la penitencia ni del perdón. Pero no creó otra criatura que reemplazara al hombre caído. Esto era una señal de que iba a ser redimido. Y si una perversidad ajena a él mismo lo desmoronó, una caridad, también ajena, podría serle útil.
Te ruego, Señor: dígnate librarme, que soy débil. Me han sacado de mi país con astucia. Sin hacer mal alguno, me han arrojado aquí, en este calabozo. Reconozco que soy inocente del todo. Pero, si me comparo con mi seductor, me siento, en cieno modo, inocente. La mentira me sobornó, Señor. Que venga la verdad y se descubra la falacia. Que conozca la verdad, y la Verdad me librará; pero de tal modo que reniegue de la mentira descubierta y me adhiera a la Verdad conocida. De lo contrario, ya no sería tentación ni pecado humano, sería obstinación diabólica, pues la perseverancia en el mal es algo diabólico. Y cualquiera que persista, como él, en el pecado, merece idéntico exterminio.
San Bernardo de Claraval
Sermón 1 en el Adviento del Señor
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