En el monasterio de Nerek, en Armenia, san Gregorio, monje, doctor de los armenios, ilustre por su doctrina, sus escritos y su sabiduría mística (1005).
Este aviso del Martirologio Romano para el día de hoy hay que ponerlo en relación con la noticia que acaba de llegar de Roma, referente a la decisión de inscribirlo en el catálogo de los Doctores de la Iglesia. El sábado 21 de febrero el Papa Francisco recibió en audiencia privada al Prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos, el Cardenal Angelo Amato, S.D.B. Durante el encuentro el Santo Padre confirmó la sentencia afirmativa de la Sesión Plenaria de los Cardenales y Obispos, miembros de este Dicasterio sobre el “título de Doctor de la Iglesia Universal” que será conferido próximamente a San Gregorio de Narek.
Se le supone nacido en Armenia hacia el 944, y murió en Narek, sobre el lago Van (Turquía), en 1010. Fue hijo del obispo de Ansevatsik, que se llamaba Cosroes. Desde muy pequeño lo tomó bajo su protección su tío materno, Ananías el Filósofo, que era abad del monasterio de Narek. Allí fue instruido de modo especial en el conocimiento de las Santas Escrituras, se distinguió por su rigor ascético, y por su espíritu de oración. Gregorio pasó toda su vida tras los muros del monasterio.
Después de ser ordenado sacerdote, lo hicieron formador de los novicios que deseaban entrar en la vida monástica. Su fama de santidad y sabiduría trascendió las paredes de Narek, pasó a los monasterios vecinos y se convirtió sin pretenderlo en reformador de monjes.
Por la envidia de su sabiduría, y debido también a la estricta observancia de las normas de vida conventual, se ganó la enemistad de algunos que abrieron contra él una auténtica persecución; le llegaron a acusar injustamente de herejía, y aquella campaña terminó con la deposición de sus cargos.
Es uno de los grandes poetas de la literatura universal. Su obra poético-literaria se encuentra dispersa en el extensísimo Libro de oraciones; sus más de veinte mil versos los compuso en poco más de tres años.
Cuenta el sinaxario armenio que los obispos desearon conocer la clase de herejía que profesaba Gregorio de Narek; comisionaron a dos monjes sabios de su total confianza para que se entrevistaran con él y descubrieran sus errores. Aquellos buenos delegados temían una entrevista formal con quien tenía fama de recto y sabio; prefirieron hacer otras cuentas y someterlo a una especie de juicio de Dios. Idearon hacerle un exquisito paté de pichón y dárselo a comer en cuaresma; el asunto consistía en que, si Gregorio se comía el paté, sería hereje; si lo rechazaba, demostraría su fidelidad a la doctrina.
Se refiere que, nada más verlos entrar en su celda, Gregorio dejó su oración, se puso en pié, abrió la ventana y dio unas palmadas en el aire, mientras gritaba a los pájaros: "Venid, pajaritos, a jugar con el pescado que se come hoy". Entendieron aquellos monjes que el modo de resolverse la trampa era testimonio más que evidente de su santidad, y tomaron buena cuenta de su inocencia, porque un hereje nunca hubiera podido realizar tal gesto.
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