Acercaos a mí todos los que estáis cansados y agobiados, que yo os daré respiro, dice el Señor. Cargad con mi yugo, y hallaréis reposo para vuestras almas, porque mi yugo es llevadero y mi carga es ligera. A los cansados los invita al descanso y a los abrumados los llama al sosiego. Pero todavía no nos quita la carga o el trabajo; lo cambia por otra carga y otro trabajo más llevadero y más ligero; en ellos se encuentra descanso y alivio, aunque no tan manifiestos. Gran carga es el pecado, que yace bajo una tapadera de plomo. Bajo este fardo gemía uno que decía así: Mis culpas sobrepasan mi cabeza son un peso superior a mis fuerzas.
Entonces, ¿cuál es la carga de Cristo, su carga ligera? A mi encender, la carga de sus beneficios. Carga ligera, mas para el que la sienta y la experimente. Porque, si no la encuentras, mirándolo bien, será pesadísima y peligrosa. El hombre es un animal de carga toda su vida mortal. Si aún lleva sobre sí sus pecados, la carga es pesada; si ya le han descargado de sus pecados, es menos pesada; pero, si es una persona cabal, comprobará que este alivio del que hablamos es una carga no menor. Dios nos carga cuando nos alivia; nos carga con sus beneficios cuando nos aligera del pecado. Dice el agobiado: ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Dice el sobrecargado: Apártate de mí, Señor, que soy un pecador. Dice el abrumado: Yo siempre temí a Dios, considerando su enojo como olas hinchadas contra mí. Siempre temí, dice; lo mismo antes que después de ser perdonado de mis pecados. Dichoso el hombre que siempre persevera en el temor, pero no se angustia con la menor inquietud tanto si se siente abrumado por los beneficios como por los pecados.
San Bernardo
Sermón 15 sobre el salmo Qui habitat
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