martes, 10 de mayo de 2016

San Juan de Ávila. El sacerdote debe ser santo


No sé otra cosa más eficaz con que a vuestras mercedes persuada lo que les conviene hacer que con traerles a la memoria la alteza del beneficio que Dios nos ha hecho en llamarnos para la alteza del oficio sacerdotal. Y si elegir sacerdotes entonces era gran beneficio, ¿qué será en el nuevo Testamento, en el cual los sacerdotes de él somos como sol en comparación de noche y como verdad en comparación de figura?

Mirémonos, padres, de pies a cabeza, ánima y cuerpo, y vernos hemos hecho semejables a la sacratísima Virgen María, que con sus palabras trajo a Dios a su vientre, y semejables al portal de Belén y pesebre donde fue reclinado, y a la cruz donde murió, y al sepulcro donde fue sepultado. Y todas estas son cosas santas, por haberlas Cristo tocado; y de lejanas tierras van a las ver, y derraman de devoción muchas lágrimas, y mudan sus vidas movidos por la gran santidad de aquellos lugares. ¿Por qué los sacerdotes no son santos, pues es lugar donde Dios viene glorioso, inmortal, inefable, como no vino en los otros lugares? Y el sacerdote le trae con las palabras de la consagración, y no lo trajeron los otros lugares, sacando a la Virgen. Relicarios somos de Dios, casa de Dios y, a modo de decir, criadores de Dios; a los cuales nombres conviene gran santidad.

Esto, padres, es ser sacerdotes: que amansen a Dios cuando estuviere, ¡ay!, enojado con su pueblo; que tengan experiencia que Dios oye sus oraciones y les da lo que piden, y tengan tanta familiaridad con él; que tengan virtudes más que de hombres y pongan admiración a los que los vieren: hombres celestiales o ángeles terrenales; y aun, si pudiere ser, mejor que ellos, pues tienen oficio más alto que ellos.

Plática enviada al padre Francisco Gómez, S.J.,
para ser predicada en el Sínodo diocesano de Córdoba del año 1563

domingo, 8 de mayo de 2016

San Cirilo de Jerusalén. El agua viva del Espíritu Santo


¿Por qué motivo se sirvió del término agua, para denominar la gracia del Espíritu? Pues, porque el agua lo sostiene todo; porque es imprescindible para la hierba y los animales; porque el agua de la lluvia desciende del cielo, y, además, porque desciende siempre de la misma forma y, sin embargo, produce efectos diferentes: Unos en las palmeras, otros en las vides, todo en todas las cosas. De por sí, el agua no tiene más que un único modo de ser; por eso, la lluvia no transforma su naturaleza propia para descender en modos distintos, sino que se acomoda a las exigencias de los seres que la reciben y da a cada cosa lo que le corresponde.

De la misma manera, también el Espíritu Santo, aunque es único, y con un solo modo de ser, e indivisible, reparte a cada uno la gracia según quiere. Y así como un tronco seco que recibe agua germina, del mismo modo el alma pecadora que, por la penitencia, se hace digna del Espíritu Santo, produce frutos de santidad. Y aunque no tenga más que un solo e idéntico modo de ser, el Espíritu, bajo el impulso de Dios y en nombre de Cristo, produce múltiples efectos.

Se sirve de la lengua de unos para el carisma de la sabiduría; ilustra la mente de otros con el don de la profecía; a éste le concede poder para expulsar los demonios; a aquél le otorga el don de interpretar las divinas Escrituras. Fortalece, en unos, la templanza; en otros, la misericordia; a éste enseña a practicar el ayuno y la vida ascética; a aquél, a dominar las pasiones; al otro, le prepara para el martirio. El Espíritu se manifiesta, pues, distinto en cada uno, pero nunca distinto de sí mismo, según está escrito: En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común.

Llega mansa y suavemente, se le experimenta como finísima fragancia, su yugo no puede ser más ligero. Fulgurantes rayos de luz y de conocimiento anuncian su venida. Se acerca con los sentimientos entrañables de un auténtico protector: pues viene a salvar, a sanar, a enseñar, a aconsejar, a fortalecer, a consolar, a iluminar el alma, primero de quien lo recibe, luego, mediante éste, las de los demás.

Y, así como quien antes se movía en tinieblas, al contemplar y recibir la luz del sol en sus ojos corporales, es capaz de ver claramente lo que poco antes no podía ver, de este modo el que se ha hecho digno del don del Espíritu Santo es iluminado en su alma y, elevado sobrenaturalmente, llega a percibir lo que antes ignoraba.

San Cirilo de Jerusalén
Catequesis 16, sobre el Espíritu Santo (1, 11-12.16: PG 33, 931-935.939-942)

viernes, 6 de mayo de 2016

Santa María de Veruela


El Real Monasterio de Santa María de Veruela fue una abadía cisterciense del siglo XII, situada en las cercanías de Vera de Moncayo, en Tarazona y el Moncayo (Aragón). En 1141 Pedro de Atarés junto con su madre donaron los valles de Veruela y Maderuela, en torno al río Huecha y a escasos kilómetros al noroeste de Borja, a la Abadía de Escaladieu para que se fundase un monasterio bajo la advocación de la Virgen María.a Sin embargo, la orden del Císter no dio el permiso para que se procediese a la fundación hasta 1146 siendo por consiguiente el monasterio cisterciense más antiguo de Aragón.

Los monjes cistercienses encontraron en los entonces frondosos bosques del somontano del Moncayo el silencio y la soledad que su regla monástica exigía, además de otros elementos fundamentales para la vida cisterciense: piedras (las canteras de la zona) y agua (la del río Huecha o La Huecha). Ese río fue, precisamente, el eje de la articulación del señorío verolense. Veruela como señor de vasallos poseía las localidades de Ainzón, Alcalá de Moncayo, Bulbuente, Litago, Pozuelo de Aragón y Vera de Moncayo, además de poseer una granja en Magallón (la conocida como Granja de Muzalcoraz), sin olvidar que hasta 1409 poseyó también Maleján. Todas estas posesiones convertían a la institución señorial de Santa María de Veruela en el gran señor del Valle de La Huecha y de las actuales comarcas de Borja y Tarazona.

Veruela fue abandonada por los cistercienses en 1835, cuando la desamortización, lo cual propició la destrucción y el abandono del cenobio. No obstante, una junta de conservación formada por gentes de Borja y Tarazona impidieron su ruina total y merced a la creación de una hospedería pudieron conservar el monumento. A dicha hospedería acudieron durante la segunda mitad del siglo XIX la alta sociedad zaragozana e ilustres personajes como los hermanos Bécquer, Gustavo Adolfo y Valeriano –el pintor–; ambos encontraron en Veruela un lugar romántico por excelencia que inspiró muchos pasajes de sus obras, en especial la colección de cartas de Gustavo Adolfo reunidas y publicadas con el título de Desde mi celda, y buena parte de la colección de grabados de Valeriano. En 1976 el estado cedió el usufructo del monasterio a la Diputación Provincial de Zaragoza para su rehabilitación y conservación.

jueves, 5 de mayo de 2016

San Cirilo de Alejandría. Nuestro Señor Jesucristo nos ha inaugurado un camino nuevo y vivo


Si en la casa de Dios Padre no hubiera muchas estancias —decía el Señor—, sería causa suficiente para anticiparme a preparar mansiones para los santos; pero como sé que hay ya muchas preparadas esperando la llegada de los que aman a Dios, no es ésta la causa de mi partida, sino la de prepararos el retorno al camino del cielo, como se prepara una estancia, y allanar lo que un tiempo era intransitable. En efecto, el cielo era absolutamente inaccesible al hombre y jamás, hasta entonces, la naturaleza humana había penetrado en el puro y santísimo ámbito de los ángeles. Cristo fue el primero que inauguró para nosotros esa vía de acceso y ha facilitado al hombre el modo de subir allí, ofreciéndose a sí mismo a Dios Padre como primicia de los muertos y de los que yacen en la tierra. El es el primer hombre que se ha manifestado a los espíritus celestiales.

Por esta razón, los ángeles del cielo, ignorando el augusto y grande misterio de aquella venida en la carne, contemplaban atónitos y maravillados a aquel que ascendía, y, asombrados ante el novedoso e inaudito espectáculo, no pudieron menos de exclamar: ¿Quién es ése que viene de Edom? Esto es, de la tierra. Pero el Espíritu no permitió que aquella multitud celeste continuase en la ignorancia de la maravillosa sabiduría de Dios Padre, antes bien mandó que se le abrieran las puertas del cielo como a Rey y Señor del universo, exclamando: ¡Portones!, alzad los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas: va a entrar el Rey de la Gloria.

Así pues, nuestro Señor Jesucristo nos ha inaugurado un camino nuevo y vivo, como dice Pablo: Ha entrado no en un santuario construido por hombres, sino en el mismo cielo, para ponerse ante Dios, intercediendo por nosotros. En realidad, Cristo no subió al cielo para manifestarse a sí mismo delante de Dios Padre: él estaba, está y estará siempre en el Padre y a la vista del que lo engendró; es siempre el objeto de sus complacencias. Pero ahora sube en su condición de hombre, dándose a conocer de una manera insólita y desacostumbrada el Verbo que anteriormente estaba desprovisto de la humanidad. Y esto, por nosotros y en provecho nuestro, de modo que presentándose como simple hombre, aunque Hijo con pleno poder, y habiendo oído en la carne aquella invitación real: Siéntate a mi derecha, mediante la adopción pudiera transmitir por sí mismo a todo el género humano la gloria de la filiación.

Es efectivamente uno de nosotros, en cuanto que apareció a la derecha de Dios Padre en su calidad de hombre, si bien superior a toda criatura y consustancial al Padre, ya que es el reflejo de su gloria, Dios de Dios, y luz de la luz verdadera. Se apareció, pues, por nosotros delante del Padre, para colocarnos nuevamente junto al Padre a nosotros que, en fuerza de la antigua prevaricación, habíamos sido alejados de su presencia. Se sentó como Hijo, para que también nosotros, como hijos, fuésemos, en él, llamados hijos de Dios. Por eso, Pablo que pretende ser portador de Cristo que habla en él, enseña que las cosas acaecidas a título especial respecto de Cristo son comunes a la naturaleza humana, diciendo: Nos ha resucitado con Cristo y nos ha sentado en el cielo con él.

Propiamente hablando, es exclusiva de Cristo en cuanto Hijo por naturaleza, la dignidad y la gloria de sentarse con el Padre, gloria que afirmamos hay que atribuirle a él solo adecuada y verdaderamente. Mas dado que quien se sienta es nuestro semejante en cuanto que se manifestó como hombre y a la vez es reconocido como Dios de Dios, resulta que de alguna manera nos comunica también a nosotros la gracia de su propia dignidad.

San Cirilo de Alejandría
Comentario sobre el evangelio de san Juan (Lib 9: PG 74, 182-183)

sábado, 26 de marzo de 2016

Soledad y Silencio


Hoy el silencio envuelve la tierra y contempla a Cristo depositado en el sepulcro. Un Cristo que desafiando a la muerte, en la confianza de hacer la voluntad del Padre, ha aceptado con dolor y padecimiento el plan preparado  para poder así rescatarnos del oscuro abismo donde nos habían conducido nuestros pecados.

Silencio y soledad, dos características muy determinantes en la vida del monje. Silencio para poder escuchar a quien habla al corazón a quien sondea lo profundo del alma, a quien conoce todo lo que somos y pensamos. Silencio para saber atender las necesidades del otro, para implorar misericordia e interceder con el corazón por nuestros hermanos como el mismo Cristo nos enseña en su silencioso transito hacia el Padre. Silencio que trasciende fronteras y muros porque es, paradógicamente, el medio de comunicación del Espíritu y medio en el cual transforma toda la faz de la tierra.

Soledad para encontrarse con el Amado, para descansar en  Él, para conversar sosegadamente con Él, para dejarse embriagar de Él. Una soledad que hace al monje estar y tener presente al mundo sin estar en el mundo, una soledad que se hace compañía de quien lo necesita debido al gran poder de la oración y la presencia espiritual, una soledad que acompaña y vela, que descansa en Cristo sobre la fría piedra de la terrena existencia, pero que arde en amorosos deseos de encontrase con Él como fin y principio de su existencia. Una soledad en la que espera gozar, sin figuras ni otros tantos mensajeros. Una soledad, como diría san Juan de la Cruz, donde pueda encontrase el alma de éste con quien es el amor de su alma, su Señor, quien descansa y actúa para encontrar al hombre en su eterna y sola presencia de la  callada musicalidad del alma y en la ...

la noche sosegada,
en par de los levantes de la aurora,
la música callada,
la soledad sonora,
la cena que recrea y enamora;