lunes, 6 de junio de 2016

San Norberto y los monjes premostratenses


San Norberto (1080-1134), cuya memoria celebra hoy la Iglesia, fue el fundador de una de las ramas del monacato medieval, que procuró unir la vida de oración con la predicación de la fe entre el pueblo. La orden tomó el nombre del primer monasterio que fundó san Norberto: Premontrè, un pueblo en el norte de Francia; de ahí, premostratenses.

La Orden Premostratenses se extendió fundamentalmente por Francia y por Alemania. En España llegaron a tener unas cuarenta abadías, de entre las cuales destacan las de Santa María la Real de Aguilar de Campoo, la de Santa María de la Vid, o la de Retuerta.

Los monjes y monjas premostratenses viven bajo la Regla de San Agustín, aunando elementos de vida monástica comunitaria, con otros más característicos de la atención a parroquias. Son monjes y monjas (por ejemplo, las premostratenses o norbertinas de Toro, en la diócesis de Zamora). La grabación siguiente nos muestra a un monje cantando la Salve, en un tono característico de los premostratenses.

domingo, 5 de junio de 2016

San Agustín. La Madre Iglesia se regocija por los hombres que cada día resucitan espiritualmente

Lucas Cranach el Joven - Resurrección hijo de la viuda de Naim

Los milagros de nuestro Señor y Salvador Jesucristo conmueven, es verdad, a todos los creyentes que los escuchan, pero a unos y a otros de muy diversa manera. Pues los hay que, impresionados por sus milagros corporales, no aciertan a intuir milagros mayores; otros, en cambio, los prodigios que escuchan realizados en los cuerpos, los admiran ahora ampliamente realizados en las almas.

Al cristiano no ha de caberle la menor duda de que también ahora son resucitados los muertos. Pero si bien es verdad que todo hombre tiene unos ojos capaces de ver resucitar muertos, como resucitó el hijo de esta viuda de que hace un momento nos hablaba el evangelio, no lo es menos que no todos tienen ojos para ver resucitar a hombres espiritualmente muertos, a no ser los que previamente resucitaron en el corazón. Es más importante resucitar a quien vivirá para siempre que resucitar al que ha de volver a morir.

De la resurrección de aquel joven se alegró su madre viuda; de los hombres que cada día resucitan espiritualmente se regocija la Madre Iglesia. Aquél estaba muerto en el cuerpo; éstos, en el alma. La muerte visible de aquél visiblemente era llorada; la muerte invisible de éstos ni se la buscaba ni se la notaba.

La buscó el que conocía a los muertos: y conocía a los muertos únicamente el que podía devolverles la vida. Pues de no haber venido el Señor para resucitar a los muertos, no habría dicho el Apóstol: Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz. Oyes que duerme cuando dice: despierta tú que duermes: pero comprende que está muerto cuando escuchas: Levántate de entre los muertos. Muchas veces se llama durmientes a los visiblemente muertos. Y realmente, para quien es capaz de resucitarlos, todos duermen. Para ti, un muerto es un muerto sin más: por más que lo sacudas, por más que lo pellizques, por más que le pegues no se despierta. Para Cristo, en cambio, dormía aquel muchacho a quien dijo: ¡Levántate!, e inmediatamente resucitó. Nadie despierta tan fácilmente en el lecho, como Cristo en el sepulcro.

Nuestro Señor Jesucristo quería que se entendiera también espiritualmente lo que hacía corporalmente. Pues no acudía al milagro por el milagro, sino para que lo que hacía fuese admirable para los testigos presenciales y verdadero para los hombres intelectuales.

Pasa lo mismo con el que, no sabiendo leer, contempla el texto de un códice maravillosamente escrito: pondera ciertamente la habilidad del copista y admira la delicadeza de los trazos, pero ignora su significado, no capta el sentido de aquellos rasgos: es un ciego mental de buen criterio visual. Otro, en cambio, encomia la obra de arte y capta su sentido: éste no sólo puede ver, lo que es común a todos, sino que, además, puede leer, cosa que no es capaz de hacer quien no aprendió a leer. Así ocurrió con los que vieron los milagros de Cristo sin comprender su significado, sin intuir lo que en cierto modo insinuaban a los espíritus inteligentes: se admiraron simplemente del hecho en sí; otros, por el contrario, admiraron los hechos y comprendieron su significado. Como éstos debemos ser nosotros en la escuela de Cristo.

San Agustín de Hipona
Sermón 98 (1-3: PL 38, 591-592)

sábado, 4 de junio de 2016

Misioneros del Corazón de María


Nuestro nombre es: Misioneros Hijos del Corazón de María. O, más comúnmente, Misioneros Claretianos
- “Ser claretianos” es nuestro modo de ser hombres, cristianos, religiosos, apóstoles, y -algunos- sacerdotes. 
- Somos y nos sentimos hijos amados de Dios y de María, con todo su corazón.

Vivimos en familia, nuestra Congregación
- Nuestra familia fue suscitada por el Espíritu Santo en la Iglesia hace dos siglos por medio de S. Antonio Mª Claret.
- Unos somos sacerdotes y otros laicos, de muy diferentes países y con culturas diversas, pero todos hermanos.

Con un peculiar estilo de vida: arder en caridad
- Dios nos hace arder en caridad hacia él y el prójimo.
- Dios nos ha concedido el don de seguir a Cristo y proclamar el Evangelio yendo por el mundo entero.


Nuestro camino: ser discípulos de Jesús
- Como Jesús buscamos la gloria de Dios y la salvación de los hombres orando, trabajando y sufriendo.
- Asumimos el modo de vida de Jesús y de la Virgen María: en pobreza, castidad y obediencia.

Nuestra misión: encender a todo el mundo en el fuego del amor de Dios
- Somos enviados a anunciar la vida, muerte y resurrección de Jesús a fin que todos se salven por la fe en Él.
- Compartimos las angustias y esperanzas de los hombres buscando la transformación del mundo según el designio de Dios
- Nuestra misión se nutre de la Palabra de Dios y de la eucaristía.
- Se irradia en el mundo bajo el signo de la misericordia y la ternura, que aprendemos del Corazón de María.

Se dirige sobre todo a los que son excluidos del amor de los demás y sufren las consecuencias de la injusticia de este mundo.

viernes, 3 de junio de 2016

San Ambrosio. Ven, Señor, busca a tu oveja


En su evangelio, el mismo Señor Jesús aseguró que el pastor deja las noventa y nueve ovejas y va en busca de la descarriada. Es la oveja centésima de la que se dice que se había descarriado: que la misma perfección y plenitud del número te instruya y te informe. No sin razón se le da la preferencia sobre las demás, pues es más valioso un consciente retorno del mal que un casi total desconocimiento de los mismos vicios. Pues el haber enmendado el alma enfangada en el vicio, liberándola de las trabas de la concupiscencia, no solamente es indicio de una virtud consumada, sino que es, además, signo eficaz de la presencia de la divina gracia. Ahora bien, enmendar el futuro es incumbencia de la atención humana; condonar el pretérito es competencia del divino poder.

Una vez encontrada la oveja, el pastor la carga sobre sus hombros. Considera atentamente el misterio: la oveja cansada halla el reposo, pues la extenuada condición humana no puede recuperar las fuerzas sino en el sacramento de la pasión del Señor y de la sangre de Jesucristo, que lleva a hombros el principado; de hecho, en la cruz cargó con nuestras enfermedades, para aniquilar en ella los pecados de todos. Con razón se alegran los ángeles, porque el que antes erró, ya no yerra, se ha olvidado ya de su error.

Me extravié como oveja perdida: busca a tu siervo, que no olvida tus mandatos. Busca a tu siervo, pues la oveja descarriada ha de ser buscada por el pastor, para que no perezca. Ahora bien: el que se extravió puede volver al camino, puede ser reconducido al camino. Ven, pues,

Señor Jesús, busca a tu siervo, busca a tu oveja extenuada; ven, pastor, guía a José como a un rebaño. Se extravió una oveja tuya mientras tú te detenías, mientras discurrías por los montes. Deja tus noventa y nueve ovejas y ven en busca de la descarriada. Ven, pero no con la vara, sino con la caridad y la mansedumbre del Espíritu.

Búscame, pues yo te busco. Búscame, hállame, recíbeme, llévame. Puedes hallar al que tú buscas; te dignas recibir al que hubieres encontrado, y cargar sobre tus hombros al que hubieras acogido. No te es enojosa esta piadosa carga, no te es oneroso transportar la justicia. Ven, pues, Señor, pues si es verdad que me extravié, sin embargo no olvidé tus mandatos; tengo mi esperanza puesta en la medicina. Ven, Señor, pues eres el único capaz de reconducir la oveja extraviada; y a los que dejares, no les causarás tristeza, y a tu regreso ellos mismos mostrarán a los pecadores su alegría. Ven a traer la salvación a la tierra y alegría al cielo.

Ven, pues, y busca a tu oveja, no ya por mediación de tus siervos o por medio de mercenarios, sino personalmente. Recíbeme en la carne, que decayó en Adán. Recíbeme como hijo no de Sara, sino de María, para que sea una virgen incorrupta, pero virgen de toda mancha de pecado por la gracia. Llévame sobre la cruz, que es salvación para los extraviados: sólo en ella encuentran descanso los fatigados, sólo en ella tienen vida todos los que mueren.

San Ambrosio de Milán
Comentario sobre el salmo 118 (Sermón 22, 3.27-30:PL 15, 1512.1520-1521)

miércoles, 1 de junio de 2016

Tumba de san Justino en San Lorenzo Extramuros

San Justino fue el primer filósofo cristiano, que trató mediante sus Apologías de mostrar la verdad de la fe cristiana. Fue martirizado en Roma. En la Basílica de San Lorenzo Extramuros se conservar una tumba, que se dice contiene algunas reliquias del santo mártir. Los siguientes reportajes nos muestras la Basílica romana, y unas tomas de la tumba del santo.




El Papa Benedicto XVI, en la Audiencia de 21 de marzo de 2007, expuso en su catequesis la vida y doctrina del santo:

Justino había nacido en torno al año 100, en la antigua Siquem, en Samaría, en Tierra Santa; buscó durante mucho tiempo la verdad, peregrinando por las diferentes escuelas de la tradición filosófica griega. Por último, como él mismo cuenta en los primeros capítulos de su «Diálogo con Trifón», misterio personaje, un anciano con el que se había encontrado en la playa del mar, primero entró en crisis, al demostrarle la incapacidad del hombre para satisfacer únicamente con sus fuerzas la aspiración a lo divino. Después, le indicó en los antiguos profetas las personas a las que tenía que dirigirse para encontrar el camino de Dios y la «verdadera filosofía». Al despedirse, el anciano le exhortó a la oración para que se le abrieran las puertas de la luz. 

La narración simboliza el episodio crucial de la vida de Justino: al final de un largo camino filosófico de búsqueda de la verdad, llegó a la fe cristiana. Fundó una escuela en Roma, donde iniciaba gratuitamente a los alumnos en la nueva religión, considerada como la verdadera filosofía. En ella, de hecho, había encontrado la verdad y por tanto el arte de vivir de manera recta. Por este motivo fue denunciado y fue decapitado en torno al año 165, bajo el reino de Marco Aurelio, el emperador filósofo a quien Justino había dirigido su «Apología».

Las dos «Apologías» y el «Diálogo con el judío Trifón» son las únicas obras que nos quedan de él. En ellas, Justino pretende ilustrar ante todo el proyecto divino de la creación y de la salvación que se realiza en Jesucristo, el «Logos», es decir, el Verbo eterno, la Razón eterna, la Razón creadora. Cada hombre, como criatura racional, participa del «Logos», lleva en sí una «semilla» y puede vislumbrar la verdad. De esta manera, el mismo «Logos», que se reveló como figura profética a los judíos en la Ley antigua, también se manifestó parcialmente, como con «semillas de verdad», en la filosofía griega. Ahora, concluye Justino, dado que el cristianismo es la manifestación histórica y personal del «Logos» en su totalidad, «todo lo bello que ha sido expresado por cualquier persona, nos pertenece a nosotros, los cristianos» (Segunda Apología 13,4). De este modo, Justino, si bien reprochaba a la filosofía griega sus contradicciones, orienta con decisión hacia el «Logos» cualquier verdad filosófica, motivando desde el punto de vista racional la singular «pretensión» de vedad y de universalidad de la religión cristiana.