sábado, 26 de marzo de 2016

Soledad y Silencio


Hoy el silencio envuelve la tierra y contempla a Cristo depositado en el sepulcro. Un Cristo que desafiando a la muerte, en la confianza de hacer la voluntad del Padre, ha aceptado con dolor y padecimiento el plan preparado  para poder así rescatarnos del oscuro abismo donde nos habían conducido nuestros pecados.

Silencio y soledad, dos características muy determinantes en la vida del monje. Silencio para poder escuchar a quien habla al corazón a quien sondea lo profundo del alma, a quien conoce todo lo que somos y pensamos. Silencio para saber atender las necesidades del otro, para implorar misericordia e interceder con el corazón por nuestros hermanos como el mismo Cristo nos enseña en su silencioso transito hacia el Padre. Silencio que trasciende fronteras y muros porque es, paradógicamente, el medio de comunicación del Espíritu y medio en el cual transforma toda la faz de la tierra.

Soledad para encontrarse con el Amado, para descansar en  Él, para conversar sosegadamente con Él, para dejarse embriagar de Él. Una soledad que hace al monje estar y tener presente al mundo sin estar en el mundo, una soledad que se hace compañía de quien lo necesita debido al gran poder de la oración y la presencia espiritual, una soledad que acompaña y vela, que descansa en Cristo sobre la fría piedra de la terrena existencia, pero que arde en amorosos deseos de encontrase con Él como fin y principio de su existencia. Una soledad en la que espera gozar, sin figuras ni otros tantos mensajeros. Una soledad, como diría san Juan de la Cruz, donde pueda encontrase el alma de éste con quien es el amor de su alma, su Señor, quien descansa y actúa para encontrar al hombre en su eterna y sola presencia de la  callada musicalidad del alma y en la ...

la noche sosegada,
en par de los levantes de la aurora,
la música callada,
la soledad sonora,
la cena que recrea y enamora;

jueves, 31 de diciembre de 2015

Feliz año 2016

Queridos hermanos:

Os deseo la gracia y la paz de parte de Dios nuestro Padre, el amor de nuestro Señor Jesucristo y la comunión del Espíritu Santo, en el comienzo del nuevo año 2016. 

Desgraciadamente, mi ordenador ha dejado de funcionar. Después de casi una década a mi servicio, esta fiel máquina ha llegado al final de su camino. Esto me obliga a interrumpir la elaboración de este Blog, hasta que encuentre una solución a este problema. Que el Señor os bendiga, Un abrazo a todos los seguidores de este Blog.


sábado, 26 de diciembre de 2015

San Gregorio de Nisa. Dichosos los perseguidos por mi causa

Correa del Vivar. Martirio de San Esteban

Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. He aquí la meta y el resultado de las batallas reñidas por Dios, de los peligros afrontados por amor suyo, la recompensa por las fatigas, el premio de tantos sudores: así es como los atletas de Dios consiguen el reino de los cielos.

Por lo cual, el Señor que conoce la fragilidad humana, anuncia por anticipado a los más débiles el éxito final del laborioso combate, para que con la esperanza del reino eterno, obtengan más fácilmente la victoria sobre el temor de la adversidad que han de afrontar en el tiempo. Por eso el heroico mártir Esteban se alegra por las piedras que le llueven de todas partes; recibe gustoso en su cuerpo, cual agradable rocío, los golpes que caen sobre él compactos como copos de nieve, y responde a los crueles homicidas bendiciendo, y orando que no se les tenga en cuenta este pecado. El conocía la promesa divina y veía que su esperanza estaba totalmente de acuerdo con la aparición de que entonces gozaba.

Había oído que los perseguidos por la fe serían acogidos en el reino de los cielos, y mientras sufría el martirio vio lo que le esperaba. El objeto de su esperanza se le hace visible, mientras a causa de la profesión de fe, corre para alcanzarlo: es el cielo abierto, la gloria divina del cielo espectadora de la carrera de su atleta; es el mismo Cristo que asistía a la prueba del mártir. Cristo que preside la lucha de pie, significa simbólicamente la ayuda que presta al luchador, y nos enseña que él mismo está presente en favor de sus perseguidos y en contra de sus perseguidores. Y en este sentido, ¿cabe mayor gloria para quien sufre la persecución a causa del Señor, que poder tener de su parte al mismo árbitro del combate? Dichosos los perseguidos por mi causa.

Nuestra vida tiene necesidad de un hábitat donde fijarse; si aquí no tenemos algo que nos relance hacia fuera, hacia más allá de la tierra, seremos siempre de la tierra; si por el contrario nos dejamos atraer por el cielo, seremos transportados al más-allá. ¿Ves a dónde conduce la bienaventuranza que, a través de avatares aparentemente tristes y dolorosos, te lleva a adquirir un bien tan grande? Lo había advertido ya el Apóstol: Ninguna corrección nos gusta cuando la recibimos, sino que nos duele; pero, después de pasar por ella, nos da como fruto una vida honrada y en paz. La aflicción es, pues, como la flor de los frutos esperados. ¡Por amor al fruto, cojamos también la flor! Movámonos y corramos, pero no corramos en vano: que nuestra carrera esté siempre orientada a la consecución del premio de nuestra vocación celestial. Corramos de modo que lo alcancemos.

Por tanto, no nos aflijamos cuando nos veamos combatidos y suframos persecución; alegrémonos más bien, pues, cuando se nos prive de los bienes apreciados en la tierra, se nos invita a gozar de los bienes del cielo, de acuerdo con la palabra de aquel que ha proclamado dichosos a cuantos por su causa sean afligidos y perseguidos: de éstos es el reino de los cielos, por la gracia de nuestro Señor Jesucristo, de quien es la gloria y el imperio por siglos sin fin. Amén.

San Gregorio de Nisa
Discurso 27 (9: PG 44, 1291-1295. 1299-1302)

viernes, 25 de diciembre de 2015

Hoy nos ha nacido un Salvador


Hoy, en la ciudad de David, nos ha nacido un Salvador: El Mesías, el Señor. La ciudad de que aquí se habla es Belén, a la que debemos acudir corriendo, como lo hicieron los pastores, apenas oído este rumor. Así es como soléis cantar —en el himno de María, la Virgen—: «Cantaron gloria a Dios, corrieron a Belén». Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.

Ved por qué os dije que debéis amar. Teméis al Señor de los ángeles, pero amadle chiquitín; teméis al Señor de la majestad, pero amadle envuelto en pañales; teméis al que reina en el cielo, pero amadle acostado en un pesebre. Y ¿cuál fue la señal que recibieron los pastores? Encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. El es el Salvador, él es el Señor. Pero, ¿qué tiene de extraordinario ser envuelto en pañales y yacer en un establo? ¿No son también los demás niños envueltos en pañales? Entonces, ¿qué clase de señal es ésta? Una señal realmente grande, a condición de que sepamos comprenderla. Y la comprendemos si no nos limitamos a escuchar este mensaje de amor, sino que, además, albergamos en nuestro corazón aquella claridad que apareció junto con los ángeles. Y si el ángel se apareció envuelto en claridad, cuando por primera vez anunció este rumor, fue para enseñarnos que sólo escuchan de verdad, los que acogen en su alma la claridad espiritual.

Podríamos decir muchas cosas sobre esta señal, pero como el tiempo corre, insistiré brevemente en este tema. Belén, «casa del pan», es la santa Iglesia, en la cual se distribuye el cuerpo de Cristo, a saber, el pan verdadero. El pesebre de Belén se ha convertido en el altar de la Iglesia. En él se alimentan los animales de Cristo. De esta mesa se ha escrito: Preparas una mesa ante mí. En este pesebre está Jesús envuelto en pañales. La envoltura de los pañales es la cobertura de los sacramentos. En este pesebre y bajo las especies de pan y vino está el verdadero cuerpo y la sangre de Cristo. En este sacramento creemos que está el mismo Cristo; pero está envuelto en pañales, es decir, invisible bajo los signos sacramentales. No tenemos señal más grande y más evidente del nacimiento de Cristo como el hecho de que cada día sumimos en el altar santo su cuerpo y su sangre; como el comprobar que a diario se inmola por nosotros, el que por nosotros nació una vez de la Virgen.

Apresurémonos, hermanos, al pesebre del Señor; pero antes y en la medida de lo posible, preparémonos con su gracia para este encuentro de suerte que asociados a los ángeles, con corazón limpio, con una conciencia honrada y con una fe sentida, cantemos al Señor con toda nuestra vida y toda nuestra conducta: Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra, paz a los hombres que Dios ama. Por el mismo Jesucristo, nuestro Señor, a quien sea el honor y la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Beato Elredo de Rievaulx
Sermón 1 de la Natividad del Señor (PL 195, 226-227)

jueves, 24 de diciembre de 2015

Apotegmas de un monje a sí mismo


59.- Luz en medio de la noche. Monje, esta noche será larga. La oscuridad envuelve el mundo, pero la luz terminará triunfando. Como los pastores, has de estar esta noche santa en vela. Así verás la gloria del Señor. Su luz es tu gozo y tu alegría, pues te iluminará con la verdadera Sabiduría, que Dios nos ha revelado en el Verbo encarnado. En él está la Vida, y la vida es la luz de los hombres.

miércoles, 23 de diciembre de 2015

San Bernardo. Jesúcristo, el Hijo de Dios, nace en Belén de Judá


Jesucristo, el Hijo de Dios, nace en Belén de Judá. Fíjate en el detalle. No nace en Jerusalén, la ciudad de los reyes. Nace en Belén, diminuta entre las aldeas de Judá. Belén, eres insignificante, pero el Señor te ha engrandecido. Te enalteció el que, de grande que era, se hizo en ti pequeño. Alégrate Belén. Que en todos tus rincones resuene hoy el cántico del "Aleluya". ¿Qué ciudad, oyéndote, no envidiará ese preciosísimo establo y la gloria de su pesebre?

Tu nombre se ha hecho famoso en la redondez de la tierra y te llaman dichosa todas las generaciones. Por doquier te proclaman dichosa, ciudad de Dios. En todas partes se canta: El hombre ha nacido en ella; el Altísimo en persona la ha fundado. En todo lugar, repito, se anuncia se proclama que Jesucristo, el Hijo de Dios, nace en Belén de Judá.

San Bernardo de Claraval
Sermón 1 en la Vigilia de Navidad