Pero no temas, esposa, no desesperes, no te consideres despreciada, si por un poco el esposo te oculta su rostro. Todo esto contribuye a tu bien, y de su venida y de su alejamiento sacas ventaja. Viene a ti, y también se retira. Viene para consolarte, se retira por prudencia, para que la magnitud de la consolación no te ensoberbezca, no sea que al estar siempre junto a ti el esposo, empieces a despreciar a las compañeras y atribuyas esta continua visita no ya a la gracia sino a la naturaleza. Pues el esposo concede esta gracia a quien quiere y cuando quiere, no se la posee por derecho hereditario. Un proverbio popular dice que la excesiva familiaridad engendra el desprecio. Se aleja, pues, para que, al ser demasiado asiduo, no sea despreciado, y para que al estar ausente sea más deseado, deseado más ávidamente buscado, buscado por largo tiempo sea finalmente con más gozo hallado. Además si nunca faltara esta consolación (la cual es enigmática y parcial, en relación con la futura gloria que se revelará en nosotros) tal vez creeríamos que tenemos aquí una ciudad permanente y buscaríamos menos la futura. Por tanto, para que no consideremos el exilio como patria, la prenda como el premio último, el esposo viene y a veces se va, unas trayendo consolación, otras cambiando todo nuestro lecho en enfermedad. Por un poco nos permite gustar lo suave que es, y antes de que lo podamos experimentar hasta el fondo, desaparece. Y así, revoloteando como con alas desplegadas sobre nosotros, nos estimula a volar, como si dijera: Ya habéis gustado por un poco lo dulce y suave que soy, pero si queréis ser saciados hasta el fondo por esta dulzura mía, corred tras de mí al olor de mis perfumes teniendo elevado el corazón allí donde yo estoy a la diestra de Dios Padre. Allí me veréis, no como en un espejo, confusamente, sino cara a cara y vuestro corazón gozará plenamente, y vuestra alegría nadie os la podrá quitar.
Pero ten cuidado, esposa. Cuando se ausenta el esposo no se va lejos, y aunque tú no le ves, él sin embargo te ve siempre. Está lleno de ojos, por delante y por detrás. Nunca puedes estarle escondido. Tiene también en torno a sí como mensajeros espíritus atentísimos y sagaces para ver cómo te comportas en la ausencia del esposo, y para acusarte ante él si hubieren hallado en ti signos de lascivia y de ligereza. Este esposo es el típico celoso. Si por casualidad recibieras a otro amante, si trataras de agradar más a otros, inmediatamente se apartaría de ti y se uniría a otras jóvenes. Este esposo es delicado, noble y rico, bello de aspecto, más que ningún otro entre los hijos de los hombres y por lo tanto no quiere tener más que una bella esposa. Si viera en ti una mancha o una arruga, inmediatamente apartaría de ti los ojos. Pues no puede soportar ninguna impureza. Sé, pues, casta, llena de pudor y humilde, de modo que merezcas ser visitada a menudo por tu esposo.
Temo haber hablado demasiado sobre el tema, pero a ello me impulsó la materia fértil y al mismo tiempo dulce, que no mi propia iniciativa. Ignoro cómo he sido atraído por su dulzura a pesar mío.
Carta de Guigues II, cartujo, a su amigo Gervasio, sobre la vida contemplativa
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