Hoy Cristo se ha manifestado al mundo, hoy ha recibido el sacramento del bautismo y, al recibirlo, lo ha consagrado con su presencia. Hoy –como lo atestigua la fe de los creyentes– en el curso de unas bodas, ha convertido el agua en vino. Espiritualmente se convierte el agua en vino, porque, abolida la letra de la ley, en Cristo brilla la gracia del evangelio. Se bautiza Cristo y es renovado el mundo; se bautiza Cristo: se despoja del hombre viejo y se reviste del hombre nuevo. Es expulsado aquel primer hombre que, hecho de tierra, era terreno; se reviste del segundo que, por proceder del cielo, es celestial. Cuando Cristo fue bautizado, el misterio del santo bautismo fue consagrado por la presencia de toda la Trinidad: se oyó la voz del Padre: Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto; el Espíritu Santo apareció en forma de paloma y, Jesús, como Hijo único, quiso ser bautizado por san Juan. Sobre este tema escribe san Hilario con una belleza tal, que traduce la ortodoxia de sus convicciones. Y aunque tanto la encarnación de la Palabra como el misterio del bautismo, sean obra de toda la Trinidad, sin embargo sólo el Hijo fue bautizado por Juan, como sólo el Hijo nació de la Virgen, y pasó, sin pecado, a través de todas las pasiones de la mortalidad asumida, y permaneció siempre impasible según la naturaleza de la divinidad.
Este día es ya de suyo festivo; mas la misma proximidad de la fiesta de Navidad le confiere una especial solemnidad. Cuando Dios es adorado en un niño, se subraya el honor del parto virginal. Cuando al hombre-Dios se le ofrecen regalos, se adora la dignidad del niño divino. Al encontrar a María con el niño, se predica la verdadera humanidad de Cristo y la integridad de la Madre de Dios.
En efecto, así se expresa el evangelista: Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y, cayendo de rodillas, lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.
Los regalos que los Magos ofrecen, revelan arcanos sacramentos de Cristo. Al darle oro, lo proclaman rey; al ofrecerle incienso, adoran a Dios; al presentarle la mirra, confiesan al hombre mortal. Nosotros, por nuestra parte, creamos que Cristo asumió nuestra mortalidad para, con su única muerte, abolir nuestra doble muerte. Cómo Cristo se manifestó hombre mortal y cómo pagó su tributo a la muerte, lo tienes escrito en Isaías: Como un cordero fue llevado al matadero. Nuestra fe en la realeza de Cristo la tenemos atestiguada por la autoridad divina. En efecto, él mismo dice de sí en el salmo: Yo mismo he sido establecido rey por él, es decir, por Dios Padre. Y que sea Rey de reyes, nos lo asevera por boca de la Sabiduría: Por mí reinan los reyes, y los príncipes dan leyes justas. Y que Jesús sea realmente Dios y Señor, lo testifica el mundo entero por él creado. Pues él mismo dice en el evangelio: Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Y el santo evangelista: Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada. Si se reconoce que todo fue creado por él, y en él tiene su consistencia, es lógico creer que todas las cosas reconocieron su venida.
San Odilón de Cluny
Sermón 2 en la Epifanía del Señor (PL 142, 997-998)
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