Es útil y conveniente que cada cual —según el tipo de vida elegido o la gracia recibida— se apresure, con todo ardor y diligencia, por llegar a la perfección de la obra emprendida, y, aun alabando y admirando las virtudes de los demás, no se aparte de la profesión que eligió de una vez para siempre, sabiendo que —como dice el Apóstol—el cuerpo de la Iglesia es ciertamente uno, pero los miembros son muchos y que los dones que poseemos son diferentes, según la gracia que se nos ha dado.
Muchos son los caminos que nos conducen a Dios: que cada uno recorra hasta el fin el camino que hubiere emprendido, y permanezca irrevocablemente orientado en la dirección que ha escogido. Cualquiera que sea la profesión elegida, tendrá la posibilidad de conseguir en ella la perfección.
En realidad, los indiscutibles valores del desierto no me autorizan a minusvalorar los del cenobio, como el no estar distraído con las preocupaciones por el mañana, el estar sometido, hasta las últimas consecuencias, a la autoridad del abad, como emulando a aquel de quien está escrito: Se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y merezca decir humildemente, usando sus palabras: No he venido para hacer mi voluntad, sino la voluntad del Padre que me ha enviado.
El cenobita, en efecto, se propone ante todo mortificar y crucificar la propia voluntad y no preocuparse absolutamente del mañana, según el saludable precepto de la perfección evangélica. Y no cabe duda de que el cenobita vive en condiciones óptimas para llevar a la práctica este ideal.
De él teje el profeta Isaías el siguiente elogio: Si detienes tus pies el sábado, y no traficas en mi día santo; si lo honras absteniéndote de viajes, de buscar tu interés, de tratar tus asuntos, entonces el Señor será tu delicia. Te asentaré sobre mis montañas, te alimentaré con la herencia de tu padre Jacob. Ha hablado la boca del Señor.
En cambio, la perfección del ermitaño consiste en tener la mente liberada de todo lo terreno y en unirse a Cristo de la manera más elevada que le está permitida a la debilidad humana. Del ermitaño habla así el profeta Jeremías: Le irá bien al hombre si carga con el yugo desde joven. Que se esté solo y callado cuando la desgracia descarga sobre él. Y el salmista añade: Estoy como lechuza en la estepa, estoy desvelado, gimiendo, como pájaro sin pareja en el tejado.
Es verdadero e integralmente perfecto aquel que con igual magnanimidad sabe soportar, en el desierto, la aspereza de la soledad, y en el cenobio, la debilidad de los hermanos.
Juan Casiano
Conferencias (14, 5;19, 6.8.9: SC 54,186-187: 64,44-47)
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