28.- Entre la concupiscencia carnal, muy adecuadamente llamada deseo, y aquella otra, propia del espíritu, que no sin razón denominamos caridad, puesto que es espíritu de Dios y no nuestro: La caridad de Dios ha sido derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado. Entre estas dos, repito, tiene un lugar medio lo que en el hombre se llama libre albedrío, para que el alma, o cualquiera de ellas que se vuelva, lo haga ciertamente por el libre albedrío.
Que nadie, por tanto, se equivoque ni se atreva a suponer en el hombre igual facultad para inclinarse al bien y al mal, ya que no somos capaces de pensar nada como verdaderamente nuestro; es Dios el que obra en nosotros, tanto el querer como el hacer, según su voluntad: y nada depende decisivamente del que quiere ni del que se fatiga, sino sólo de Dios misericordioso.
¿Qué diremos por consiguiente? ,¡Se desprende de todo ello que en el hombre no exista el libre albedrío? Todo lo contrario.
Que nadie, por tanto, se equivoque ni se atreva a suponer en el hombre igual facultad para inclinarse al bien y al mal, ya que no somos capaces de pensar nada como verdaderamente nuestro; es Dios el que obra en nosotros, tanto el querer como el hacer, según su voluntad: y nada depende decisivamente del que quiere ni del que se fatiga, sino sólo de Dios misericordioso.
¿Qué diremos por consiguiente? ,¡Se desprende de todo ello que en el hombre no exista el libre albedrío? Todo lo contrario.
Elredo de Rieval
El Espejo de la Caridad
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