20.- La luz de la vida. Monje, aunque tu corazón guarde oscuros secretos a causa del pecado, Cristo ha venido para iluminarte. Él es la luz de la vida. ¿Por qué te aporta vida su luz? Allí donde hay luz, se puede actuar, se puede distinguir una cosa de otra, las plantas se desarrollan, los animales emprenden su jornada. La luz del día trae movimiento, actividad, creación. La oscuridad de la noche lo sumerge todo bajo su silencio, e impide cualquier actividad. La luz trae vida, salud y alegría. La oscuridad antecede al letargo de la muerte. Por eso, cuando vino el Verbo eterno a iluminar nuestro mundo, que yacía en tinieblas y sombra de muerte, la vida se impuso definitivamente en la Creación. Así mismo, cuando el Espíritu ilumina tu interior, monje, devuelve el bien a donde había imperado el mal, otorga belleza a lo que se había afeado y te vuelve a unir con aquél que te creó. Tus oscuros secretos se disuelven bajo la resplandeciente luz del Resucitado. Acoge, pues, monje, la luz que te visita cada mañana.
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